top of page
Buscar

TU HERMOSA DESNUDEZ



A veces nos sentimos descompuestos, desestructurados, abiertas las heridas y perdidos en un mar de inconsistencia. Si no tenemos prisa en recomponer nuestra imagen, y nos abrimos a la VIDA a través de nuestras grietas, dejándola circular por ellas, es muy posible que descubramos que somos eso... VIDA, no una imagen descompuesta.


La experiencia presente está surcada de sensaciones, emociones, pensamientos… que no hemos aprendido a iluminar ni a amar. Habiendo olvidado nuestra esencia radiante y luminosa que todo lo abraza, nos confundimos con un minúsculo personaje perdido en un universo desconocido que nos sobrecoge. Desde esa identificación, sintiéndonos carentes y aislados, lo que experimentamos aquí es juzgado como insuficiente o amenazador. No nos asusta lo que es, sino las historias que nos creemos sobre ello… Nada parece sustentarnos y buscamos siempre algo que nos dé una mayor seguridad en otro lugar, en otro tiempo.


Al no estar en contacto con el Amor que somos, cualquier emoción nos asusta al juzgarla como inadecuada o al juzgarnos por experimentarla. Sentir nos aterra y nos queremos alejar, buscamos cómo taponar esos movimientos de la vida de mil maneras. Las llamamos adicciones, siendo el pensar la más recurrente y la madre de todas las demás. Pensar en arreglos, mejoras, cambios, evitaciones, culpabilizaciones, razones por las que ocurrieron las cosas: "¿por qué, por qué, por qué…?" Esta necesidad de explicarnos lo que sucede nos entretiene y nos separa de la vivencia inmediata, donde se está viviendo la vida.


La separación que tanto nos hace sufrir y nos paraliza es esa: alejarnos mentalmente de la experiencia. Creemos que lo que nos duele es el sentirnos separados de otros seres humanos, pero en realidad, toda sensación de aislamiento en lo externo, se deriva de esa dolorosa separación de la vida presente, al ser despreciada y juzgada por la mente.


Cuando, en vez de lanzarnos rápidamente a solucionar, arreglar o eludir la experiencia presente pensándola, nos unimos a ella viviéndola, dejándola ser, estamos abriéndonos a un espacio inédito de libertad. Da mucho miedo, ya que hemos aprendido a taponar, a evitar, a arreglarlo todo pensando. Nos sentimos perdidos, desaparecen nuestras certezas y nuestra pequeña identidad, basada en el control, parece disolverse.


En realidad, permitirnos vivir la experiencia tal y como es, es un gesto heróico que nos abre las puertas de la Vida verdadera. Lo que encontramos, a veces, es pura vulnerabilidad: miedo, vacío, confusión, dolor… A lo que se añade la urgencia por tapar todo eso y la resistencia de la mente. Todo un paisaje desolado que nadie nos enseñó a habitar ni a amar. Ante el temor que nos infundía, fabricamos un personaje separado de la vida, basado en su supuesta capacidad para controlarla.


Siempre me llamaron la atención aquellas palabras de Jesús, recogidas como “bienaventuranzas” en las que se pronuncia sobre esos estados humanos de carencia, desconsuelo, dolor o necesidad llamándolos “dichosos” o “bienaventurados”. No tenían sentido para mí y menos cómo se interpretaba