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¿Se ha ido al cielo?

Actualizado: 9 dic 2022



Hace unos días, en una de mis sesiones, surgió de nuevo el tema de la muerte y, en particular, el modo en que explicamos a los niños la aparente desaparición de un ser querido. No suele ser fácil normalmente abordar este tema, pero no porque los niños no puedan comprenderlo (ellos están mucho más preparados que nosotros para ello) sino por nuestro propio condicionamiento, nuestra identificación con un sistema de pensamiento que sólo ve solidez y se apega a ella, obviando el campo infinito de la realidad.


"El abuelito se ha ido al cielo", "Tu perrita está ahora en el cielo"... solemos decirles a nuestros hijos en estos casos, tratando de consolarlos. Y tiene sentido la expresión, pero a mí me gustaría mirarla con más profundidad.


¿Qué es el cielo? ¿Un espacio azul, distante, alejado de nuestra experiencia presente? Me gustaría que lo contempláramos juntos por un momento. Para mí, lo que llamamos cielo empieza donde se posan nuestros pies y se extiende desde aquí mismo hacia el infinito. Vivimos inmersos en un inmenso espacio que nos envuelve, nos penetra, nos respira y, en esencia, nos constituye. Ya llevamos años en contacto con los hallazgos de la física cuántica, asimilando que esto que nos parece tan sólido, como el cuerpo físico es, en realidad 99,9999999% espacio vacío. Así que, siendo aún más precisos, diríamos que el cielo no empieza en la tierra en la que se posan nuestros pies, sino que ese espacio vacío es la constitución última de la misma tierra y de todos los cuerpos aparentemente sólidos que la pueblan. Somos cielo, en esencia. De tal modo que la aparente solidez con la que estamos tan identificados es sólo una forma de percibir que proviene de los sentidos físicos, diseñados para desenvolverse en un mundo físico.


Ese inmenso espacio vacío, profundamente creativo, se expresa constantemente a través de formas que aparecen, cambian y desaparecen, en una danza irrefrenable. Cada una de esas expresiones está saturada de esa sustancia única (el cielo) de la cual surgen y de la que están íntimamente constituidas. Así que, el cielo toma forma de ti, de abuelito, de perrita, de flor, de nube, de emoción, de sensación, de amanecer y de tormenta, del sonido del tráfico y de las lágrimas que rozan tus mejillas, del aroma del pan recién hecho y del crujir de las hojas bajo tus pies... Todo es la totalidad tomando forma. Y esto, la pequeña mente no lo puede concebir, es algo que sólo podemos captar intuitivamente cuando tenemos el corazón abierto a la vida y nos hemos cansado de tanta solidez en la que nos ahogamos.


Cuando las formas se han expresado, cuando las olas de experiencia han culminado, retornan naturalmente a su origen disolviéndose en el espacio silencioso del que surgieron. Y a eso, la pequeña mente identificada con la forma, le llama muerte. Pero... ¿qué muere?

¿Muere el agua cuando la ola desciende al océano y se funde en él? ¿Muere el cielo cuando la nube se disuelve en él? No, desaparece la forma provisional de ola que el agua había adoptado. Desaparece la apariencia de nube que en el cielo había surgido, hecha de su misma sustancia condensada. Pero la esencia sigue ahí, ese vacío inmenso al que todo vuelve sigue envolviéndonos, penetrándonos, constituyéndonos... está vivo, es pura Vida y, simplemente, va cambiando en su forma de expresarse.


Por eso, cuando alguien o algo deja su modo de expresión en el mundo físico, sería mucho más real decirles a los niños y a nosotros mismos la verdad: nadie se ha ido al cielo ni a ningún sitio. Simplemente, se ha convertido en cielo de nuevo, ha vuelto a ser cielo tras una experiencia en la que adoptó una forma con la que, sin dejar de ser cielo, se expresó y quiso conocerse a sí mismo. Su esencia sigue estando aquí, formando parte del océano de vida que nos envuelve, nos acaricia, nos constituye. Si, en vez de alejar a nuestros seres queridos de nosotros creyendo que "se han ido", asumimos la imposibilidad de que algo se vaya realmente, toda nuestra experiencia ante lo que llamamos "pérdida" se transforma radicalmente. Su esencia, ahora sin cuerpo, puede seguir expresándose a través de nuestra experiencia presente. Su inspiración puede seguir manifestándose a través de nuestra mirada, de nuestras palabras, en la intimidad del corazón que nos une y del que surgimos.


Nada se pierde, nada se va, sólo hay un cambio en la forma que, si estamos muy identificados con ella, nos cuesta asimilar. Abramos pues nuestra mente y nuestras almas a una comprensión más profunda y verdadera. Ya va siendo hora de dejar de separarnos del cielo, nuestra naturaleza profunda, genuína e invulnerable.



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