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HACER EL AMOR CON LA VIDA



Si hacer el amor se reduce a tener un rato de sexo con una persona, tarde o temprano sentiremos insatisfacción, cansancio o aburrimiento. Y buscaremos más estímulos, otras posibilidades que nos activen el interés, otras personas que nos atraigan más que esta...

Pero en realidad, lo que nos cansa y aburre es esa reducción tan tremenda que vivimos al limitar la intimidad a un encuentro momentáneo sin extenderlo al resto de la existencia.


Hacer el amor es intimar, comulgar profundamente, fundirnos, dejar de sentirnos separados... Y, con frecuencia, restringimos eso al campo de la sexualidad o, a veces, a la simple genitalidad. Y ello se nos queda pequeño, nos ahoga, pues no es natural tal limitación.


Si no puedo besar mi dolor, acariciar con ternura la tristeza que me atraviesa, penetrar de calidez mi vacío, abrirme de corazón a experimentar el miedo que siento y dejarme atravesar por sus sensaciones... buscaré poder conectar mi cuerpo, sediento de intimidad, con alguien que, momentáneamente, sustituya esa comunión con la vida que me pierdo con tanta frecuencia al renunciar a mi sentir. Y encontraré ahí un poco de consuelo, de distensión, sí, momentos en los que desaparecerá esa contracción que me acompaña al sentirme separada de la vida.


Para mí, hacer el amor con un ser humano sólo supondrá un encuentro completo y auténtico si puedo extender esa comunión a todo lo que se me ofrece en el presente. Si hay áreas de mi vida con las que he renunciado a intimar, a sentir, a las que no puedo amar, ese encuentro, por mucho que mi mente lo valore, sólo podrá aportarme una pequeña satisfacción momentánea, difícil de sostener.


Quizás resulte chocante lo que expreso, pero si lo miramos bien, sucede algo parecido en el el área de la nutrición, por ejemplo. Al cerrarnos a la abundancia nutritiva del presente rechazando muchas de sus experiencias, nos sentimos carentes, desvitalizados. Buscamos entonces en los alimentos cómo completar o rellenar tal vacío. Y es imposible. Ahí sólo hay unas migajas de la abundante plenitud a la que estamos invitados por el simple hecho de ser hijos de una vida inmensa que nos sostiene constantemente. Todo es alimento, todas las experiencias están empapadas de energía viva disponible para atravesarnos y hacernos sentir intensamente despiertos y dinamizados. Sólo necesitamos abrirnos y aceptar, dejarnos alimentar por cada detalle de la vida presente mientras respiramos profundamente su esencia.


Hemos sido concebidos para la abundancia, para la grandeza, no para la restricción. Comamos y bebamos constantemente de la exquisita energía que cada momento, bajo todas sus formas, nos ofrece. Hagamos el amor con la vida a través de cada experiencia. No limitemos a ciertos momentos o circunstancias el goce de fundirnos y ser uno con la totalidad.


Y entonces, los encuentros íntimos, las comidas, todas las experiencias... serán verdaderamente disfrutables pues no recurriremos a ellos como una necesidad de llenar el hueco generado por la separación... Jugaremos y descubriremos sus tesoros escondidos como niños que exploran el paraíso momento a momento.













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