ENCENDER LA LUZ

Navidad... vuelta al hogar, encuentros, luces que se encienden, regalos...
Estamos tan familiarizados con este juego anual que, con frecuencia, nos perdemos en la superficie de estas experiencias tan llamativas. Al invertir en ellas tanta atención, quizás se nos pasa por alto la realidad esencial a la que, a través de esas experiencias, somos invitados. Lo que nos atrae o nos cautiva en el mundo de la apariencia es una puerta extraordinaria para ello. ¿La abrimos?
Nuestro verdadero hogar es este instante, este espacio del que solemos fugarnos generando expectativas de algo mejor en el futuro o lamentando un pasado que no existe. Este espacio en el que vivimos inmersos, esta consciencia que somos, no es valorado por el ego, hipnotizado por la búsqueda de algo mejor, más brillante o interesante.
Estas personas, estos objetos, estos sonidos, estas sensaciones, emociones y pensamientos, estas experiencias vivas que nos ocupan, no parecen merecer la pena por su aspecto, no son bien recibidas y quizás, simplemente, les deneguemos la entrada. ¿Has escuchado hablar de una pareja, esperando un hijo y buscando refugio para pasar la noche? Su aspecto no debía ser muy espectacular tampoco... y, quizás por ello, nadie estaba dispuesto a acogerlos.