Podemos sonreír, respirar, caminar y tomar nuestros alimentos de modo que esas actividades nos pongan en contacto con la abundante felicidad.
Thich Nhat Hanh
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"¿Hasta qué punto participamos de los encuentros con otros seres humanos, de las emociones que nos atraviesan, de las percepciones de nuestros sentidos, de las cosas que van apareciendo y desapareciendo en nuestra vida? ¿Estamos realmente ahí para vivirlas o nos alejamos mentalmente mientras corremos hacia otro asunto?
Comer apresuradamente es el reflejo de cómo asimilamos el resto de nuestras experiencias. Al masticar poco, apenas se impregnan de saliva los alimentos. Al ir tan deprisa, no llegamos a extraer de ellos sus nutrimentos. Igualmente suele suceder con nuestras relaciones con los demás, con las acciones que emprendemos o las emociones que sentimos. Al hablar, no llegamos a digerir las frases que nos dirigimos en modo agitado, no nos detenemos a saborear las miradas, a ahondar en los gestos, a percibir las texturas de nuestras emociones... Lo que vamos viviendo queda parcialmente procesado, con lo cual, en lugar de generar energía, la perdemos, y nos cuesta seguir disfrutando de las experiencias. Así, avanzamos a través de ellas con la sensación frecuente de estar perdiéndonos algo.
Buscando una vida más significativa, obviamos el tesoro que ahora mismo nos está siendo ofrecido. Los materiales para construirla están aquí, en estado puro y fresco, pero si los pasamos por alto, despreciándolos mentalmente y agitados por un apresuramiento crónico, no podremos recibirlos ni degustarlos. Nos falta masticación, sí, la masticación que nos permita absorber y asimilar lo que vivimos, aportándole algo nuestro: apertura, atención, dedicación, amor.
Afortunadamente, la vida nos ofrece un medio extraordinariamente simple pero poderoso para ello: la respiración. Sentida desde la consciencia, nos permite abrazar, intimar y fundirnos con todo lo que experimentamos, descubriendo su sabor, accediendo a su esencia.
Para mí, el aire que respiramos es la sustancia que, equivalente a la saliva, le ofrecemos a cualquier circunstancia de nuestra vida. La consciencia del aliento, cuando acompaña las experiencias, las llena de espaciosidad, impregnándolas de energía viva, haciendo que la vivencia sea más consciente, más digerible y asimilable. Ya se trate del uso de un objeto físico, una actividad, el encuentro con otro ser humano o el sentir de una emoción... cada experiencia es un «bocado» para la consciencia que, al ser aceptado, masticado e impregnado de energía viva, el aliento sagrado, nos permite liberar la esencia, como sucede al comer.
La sabiduría del yoga nos enseña que, en la boca, al ser conscientemente masticados, los alimentos destilan su sustancia más preciosa, el prana, la energía viva que todo lo constituye. Del mismo modo, respirando conscientemente, podemos penetrar y trascender la aparente solidez de la materia, dejando que se libere la energía vibrante que la anima. Es la masticación del alma, que nos permite saborear toda experiencia. Extraer la esencia es descubrir el espíritu, la consciencia, la sustancia única de la que todo está saturado. Es reconocer a Dios en todo.
Requiere –¿por qué no decirlo una vez más?– ir más despacio. Supone descubrir el valor de un ritmo un poco más lento, de esas pequeñas pausas que nos permiten vivenciar íntimamente las experiencias, envolverlas con amor.
El aliento, en su movimiento incesante, abraza y penetra todo de vida. Cuando nos hacemos conscientes de su fluir, podemos sentir una mayor amplitud en torno a lo que sucede. El inspirar nos invita a tomar consciencia, a sentir, a ver con la claridad penetrante de la luz. Espirar es como dar espacio, permitir que todo sea como es. Al conectar con la inspiración y la espiración, recordamos nuestra naturaleza penetrante y espaciosa. La vida penetra y expande nuestro cuerpo con cada inspiración. También lo ablanda y suaviza al espirar, permitiéndole descansar en esa apertura acogedora.
Quedarnos, abrirnos, respirar con lo que acontece, penetrar de nuestro aliento lo que sentimos nos permite ir más allá de las formas, conectarnos con la vida que todo lo sostiene. Ello nos fortalece enormemente, pues recuperamos nuestro poder, ese que perdemos al juzgar y sentirnos víctimas de las situaciones, y queriendo escapar de ellas.
El amor incondicional, del que se predica tanto, no es más que eso: pase lo que pase, sea cual sea la apariencia que tome este instante, no me separo, permanezco, penetrándolo todo de atención, incluyéndolo en mi amplitud... "
Fragmento del capítulo "La masticación de las experiencias",
extraído del libro "La abundancia está servida"(Editorial Sirio)