Este año, no deseo para ti que consigas las cosas que tanto anhelas, ni te animo a que logres esas metas que siempre has buscado. Sería demasiado poco…. Este año, te deseo y me deseo mucho más…
Mientras se acercaba el inicio del nuevo año, me daba cuenta de que no sentía, como habitualmente, el impulso de proponerme nada nuevo, ni el deseo de liberarme de viejos hábitos ni de conseguir algo mejor en el año que comienza. Descubro, asombrada, que no hay expectativas de que algo cambie ni energía para sostener una nueva aventura hacia esos cambios.
Es extraño para la pequeña mente, que ha pasado la vida generando metas y tratando de conseguir otros estados. Así que ella se rebela instigándome a redundar en lo conocido. Pero no puedo escucharla: me saben a gastados los propósitos y los cambios que han brotado siempre de una ancestral creencia en la inadecuación y en la necesidad de mejorarme como persona.
Y, cuando me detengo con amor en este paisaje tan inmediato de mi interioridad, comprendo. Me doy cuenta de que todos esos cambios a los que he sido tan adicta se refieren al mundo de las cosas, a un mundo del que el personaje que creí ser se alimenta. Su vida consiste en tratar de arreglar esas cosas o cambiarlas para sentirse mejor, intensificando así su consciencia de ser “alguien”, aunque sea un “alguien” espiritual que consigue cosas espirituales.
Conseguir soltar esto o lo otro, liberarme de tal hábito por el que me juzgo, llegar a realizar tal o tal sueño… son metas muy bonitas, sí, pero… ¿a quién alimentan? ¿A una persona que trata de mejorarse o a mi verdadero Ser, que ya sabe de su perfección, de su unidad con la inmensidad de la Vida?
Me doy cuenta de que mi vivir ya no tiene sentido desde este enfoque personal, por muy espiritual que sea. Se me queda tan reducido empeñar mi energía en elevar a este personaje, en mantener sus sueños, en hacer cosas para dignificarlo o engrandecerlo… Y es que la verdadera grandeza que anhela el alma no reside en el mundo de las cosas, en el mundo de los logros. Es más, centrarme ahí es lo que me reduce y encoge por dentro. Es demasiado poco…
Hay una grandeza más auténtica y mucho más simple: nuestra verdadera naturaleza. La energía del amor que somos no se centra en las cosas, en los intentos, las consecuciones… Ella abraza y envuelve dulcemente todas las cosas, todas las situaciones, todos los intentos de la pequeña mente por perfeccionarse. El amor se derrama constantemente, como los rayos del sol, sobre cada uno de nuestros movimientos internos y externos, empapándolos de vida, sin engancharse en ninguno de ellos. El amor es presente y todo lo que me oriente hacia otro tiempo tratando de conseguir otra cosa, me aleja de la extraordinaria oportunidad de vivirlo ahora, aquí donde él me ha situado, en este momento.
Ese amor es lo único que deseo. Y desearlo me trae a vivirlo en este instante, a unirme a él en cada detalle de lo que acontece, sin despreciar ningún aspecto de la realidad. El amor no busca escenarios ideales ni privilegia unas situaciones sobre otras. Se adentra en lo más sombrío llenándolo de calor, del mismo modo que su radiación acaricia lo que llamamos hermoso o deseable.
¿Eso significa que nos negamos a los cambios? ¿Que nos resignamos a lo conocido y que nuestra vida carece de creatividad y movimiento?
¡No! El amor, ese sustrato silencioso e invisible que nos respira, es la energía más dinámica, creativa e imprevisible que existe. Es el Dios que crea los mundos y los alienta desplegándose en cada forma como una renovación constante y siempre fascinante. Permanecer en íntima conexión con él es la garantía de que la aventura está asegurada en nuestro vivir. Dejarnos llevar por sus impulsos, mientras descansamos confiados en su aliento, es lo más estimulante que existe.
Por eso no me siento inspirada a formular más propósitos personales, a intentar más cambios para un personaje tan reducido en el que basé mi existencia. Hay algo infinitamente más hermoso y profundo que, en todo momento, se nos ofrece: vivir para el Ser que nos concibió, ser su expresión. Para eso estamos transitando esta experiencia humana. Y nuestra felicidad consiste en permanecer en esta entrega, desde la que el amor puede manifestarse de formas insospechadas
¿Cómo se materializa esto que parece tan bonito pero quizás un poco abstracto? Ahora mismo, aquí donde me encuentro. El paisaje de este momento, las sensaciones y emociones que experimento, los pensamientos que me visitan, los sonidos que escucho, las personas que me rodean… Todo esto es el espacio sagrado que se me ofrece para nacer de nuevo, para, en lugar de intentar cambiar, arreglar o manipular las cosas que percibo, ser lo que soy. ¿Y qué soy? El espacio que las envuelve, la presencia que las contempla, el aliento que las sostiene, el amor que las abraza.
Esa energía invisible que se vierte sobre todo es nuestra esencia y, en todo momento, podemos vivirnos unidos a ella. Nos respira constantemente… ¿Y si nos dejamos inspirar y espirar por ella? ¿Qué tal descansar en su ritmo? ¿Qué tal confiar en su cadencia y así descubrir la vida que lo une todo, que subyace a todos los cambios que nos desorientan cuando nos desconectamos de ella?
En esa comunión, el amor sucede: no deja ni un milímetro de mi experiencia desdeñado; ni una sola parcela del sentir, despreciada, ni un instante abandonado. La Vida vertiéndose amorosamente sobre este espacio del presente es mi único y verdadero anhelo. Y no tengo que esperar ni un segundo para lograrlo. Como un don precioso, se me ofrece ahora mismo. ¿Me uno a ella? Acepto.
Si deseas profundizar en este tema, te sugiero la lectura de mis libros: DEL HACER AL SER y LA ABUNDANCIA ESTÁ SERVIDA.
También puede ser un buen acompañamiento el curso VIAJE AL CORAZÓN.