LA ENERGÍA DEL DESEO

Sentir un deseo es entrar en una frecuencia que nos impulsa a crear.
Es un impulso dinámico que se dirige hacia una nueva realidad, expandiéndonos más allá de lo conocido.

Del libro “Del hacer al ser”

Cuando se produce un cambio de perspectiva tan poderoso como el que estamos contemplando, dejar de identificarnos con un personaje disminuido para abrir­ nos a la consciencia viva que somos, toda nuestra exis­tencia, ineludiblemente, se hace eco de ello. Para mí, el deseo es una de las áreas que más se transforma con esta apertura. De sentirse como un agente generador de perturbación, que no sabemos con frecuencia cómo manejar, el deseo pasa a convertirse en una fuente in­ agotable de energía y felicidad. ¿Cómo puede ser esto?

El ego no sabe manejarse con lo que no es concre­to y no puede controlar. Cuando la energía del deseo se despierta, sea cual sea la forma que tome, su automática reacción es buscar un objeto para colmarla, ya que esa energía le incomoda. Ante esa vibración dinámica que le atraviesa siente inseguridad si no le da un objetivo, si no busca consumarlo en algo tangible: conseguir alguna cosa, tener una relación sexual, consumir alguna sus­tancia, llamar a alguien, ir a algún sitio, empeñarse en un logro que le reporte reconocimiento… Así, aunque es triste decirlo, se «mata» el deseo.

Y una vez alcanzado el objetivo, una vez apagado el fuego que nos encendió, tras los primeros momentos de alivio o satisfacción, nos volvemos a sentir desvitali­zados, en busca de un nuevo deseo que nos despierte o nos dinamice. Es penoso, sí; o, más bien, rudimentario, pero nadie nos enseñó a ir más allá. Nadie nos enseñó que el deseo es una energía divina, es la energía crea­tiva de la vida. Se mueve en nosotros con fuerza. Nos conmueve profundamente y, desde nuestra perspectiva disminuida, no sabemos cómo manejarla. Las dos posi­bilidades más recurrentes desde esta mentalidad limi­tada que no la sabe contener es desahogarla o reprimir­la. Las mismas opciones que contempla ante cualquier emoción. La primera nos deja desmagnetizados, empo­brecidos, cansados. La segunda, nos perturba y nos en­venena, pues la energía viva no admite contención. Su naturaleza es fluir, extenderse, expresarse y volver a su origen tras su viaje creativo, cargada de conocimiento y comprensión.

Si no nos precipitamos a darle un objetivo con­creto, a enterrarla en una consecución rápida, se abre un campo de posibilidades infinitas, un apasionante viaje de exploración. Es la tercera vía. Desde la pers­pectiva de lo que somos, todo lo que aparece en nues­tra experiencia no tiene otra finalidad que ser vivido en profunda comunión. Eso es la consciencia, conocer profundamente, reconocer nuestra íntima unión, dejar de separarnos de la vida. Pues bien, ¿qué tal unirnos a la energía del deseo? En lugar de intentar hacer algo con ella, como desahogarla, reprimirla o gestionarla, desde el instante en que aparece, no nos separamos de ella.

¡Vivirla! Darle espacio, libertad para que circule y nos atraviese como lo que es, pura vida sin nombre bus­ cando ser vivida. Honrar esta energía, conocerla y atre­vernos a descubrir que quizás, el deseo, lo que anhela no es una consecución inmediata sino la experiencia de su poderosa vitalidad e inspiración. Si dejamos de lado el objetivo, ¿qué tal sentarnos con esa energía un rato y darle espacio, abrirnos a sus sensaciones, respirar sus alternantes ondulaciones, fundirnos en su danza, acompañando cada uno de sus matices con el abrazo de la inspiración y la espiración? ¿Qué tal dejar que nos inunde observando cómo se disuelven en su intensidad los límites de un cuerpo que no la puede contener? De­jando que nos ensanche por dentro, que nos dinamice, absorbiendo su vitalidad al inhalar, extendiéndola al ex­halar… podemos experimentar una poderosa nutrición.

¿Y qué sucederá después? ¿Eso significa que nun­ca iremos a conseguir nada? –pregunta preocupada la mente condicionada a las consecuciones inmediatas– ¡No! No significa nada de eso. Aceptar la invitación de vivir la energía del deseo tal y como es nos sitúa en bra­zos de la vida y es ella la que se encarga de llevarnos hacia todo lo que desee realizarse a través de nosotros.

Recordemos que, en realidad, cuando deseamos, no somos nosotros los que deseamos, es la vida quien se expresa en nuestro sentir. Somos su vehículo, el modo en que ella crea. Por lo tanto, bástenos con unirnos a su energía poderosa y dejémonos guiar por ella. Ella sabe. Lo nuestro es la disponibilidad. Es hermoso saber, des­de esta nueva perspectiva, que todo lo que parece que deseamos, nos está deseando a nosotros. Todo anhela la unidad de la consciencia, la inclusión y el reconoci­miento que podemos ofrecer a cada detalle de la vida desde la presencia amorosa que somos. Esta compren­sión lo cambia todo.

Por otra parte, si miramos profundamente, la for­ma concreta en que el yo separado quiere colmar esos deseos que experimentamos, vemos que son el modo de codificar los verdaderos anhelos del alma, mucho más profundos, más extensos y poderosos. Soltando la reducción que la mente limitada hace de ellos, nos abrimos a su significado profundo, dejando que la vida encuentre los modos de realizarlos en cada instante, abriéndonos a un manantial de posibilidades que no podemos ni concebir por mucho que lo intentemos.

Por poner algunos ejemplos, podemos compren­der fácilmente que, tras el aparente deseo de viajar, puede estar latiendo un profundo anhelo de libertad. Quizás, tras el deseo de muchos encuentros sexuales se exprese un intenso anhelo de una intimidad más pro­funda con la vida, que no se colma solo con momentos de sexo compartido. Es posible que, tras el deseo de co­mer ciertos alimentos se esté expresando un anhelo de conexión, dulzura o de ternura que no hemos podido o sabido cultivar en nuestro interior. Tal vez, tras el deseo de reconocimiento en el mundo, está llamándonos la necesidad profunda de reconocernos en nuestra verda­dera naturaleza, poderosa y amplia. En realidad, detrás de todos los deseos concretos descansa nuestro anhelo auténtico: descubrir la espaciosidad de nuestro ser, que incluye y abraza todas las formas. Desde esa

conscien­cia, todo nos pertenece y podemos beber sin cesar de la infinita abundancia que nos puebla.

Si exploramos esos deseos concretos, en lugar de desecharlos, quizás descubramos que son puertas a una profunda comprensión. Nos vitaliza experimentar su energía, llenándonos de entusiasmo y dinamismo. Y nos inspira también desvelar su profundo sentido. ¿No es una maravillosa fuente de nutrición?

A modo de sugerencia:
Te propongo una hermosa práctica, muy sencilla y accesible, si quieres familiarizarte con esta nueva manera de contemplar y experimentar la energía del deseo.
En realidad, siempre tenemos ante nosotros, sea cual sea la circunstancia que vivimos, dos opciones: dejarnos llevar por el

automatismo del condicionamiento adquirido, reaccionando como hemos aprendido, o abrirnos a experimentar desde el corazón.

Podemos usar como experiencia de deseo un simple impulso cotidiano, como ir a comer algo en un momento de confusión o cansancio. ¿Y si nos aquietamos y nos ofrecemos un espacio y un tiempo de exploración? Merece la pena darnos el lujo de asomar- nos a un nuevo horizonte, simplemente sentándonos amablemente con el impulso que sentimos. Podemos atender la respiración interesándonos por su cadencia, siguiéndola con atención y curiosidad. Nos hacemos sensibles a los matices de sensación que aparecen en la garganta, el pecho, el estómago, el vientre… Es muy posible que observemos cómo la mente se enfoca una y otra vez en un objetivo: tomar eso que se le ha ocurrido y que considera va a paliar su malestar. Si nos hacemos muy sensitivos, veremos que cada vez que aparece esa imagen o idea, las sensaciones aumentan de intensidad. Pues bien, abrámonos a todo lo que estamos viviendo, en lugar de enfocarnos en la consecución del alimento deseado. Interesémonos con amor por la experiencia del desear. Es como sumergirnos en un espacio inédito en el que se mueven todo tipo de fenómenos y corrientes que queremos conocer. Quizás aparecen sensaciones intensas y podemos respirar con ellas, dándoles espacio con cada espiración para moverse, expresarse. Inspirando, las acompañamos con el aliento, sintiéndolas en profundidad. Cada vez sentimos más espacio y apertura para acoger todo lo que aparece, sea cual sea su forma. Los pensamientos, quizás insistentes, son también permitidos, forman parte de la experiencia. Todo es incluido.

No se trata de eliminar nada sino de comulgar con todo, de conocer íntimamente cada matiz de esa experiencia tan viva llama- da deseo. Unidos a ella, nos sentimos fortalecidos por su esencia mientras quizás observemos que el objeto deseado pierde relevancia. Su función ha sido ofrecernos la posibilidad de conectar con la consciencia abierta que somos y reconocernos como ella.
Pase lo que pase después, ya no nos resultará tan relevante como el reconocimiento de ese poder vibrante al que accedemos al vivir la experiencia del deseo.

Fragmento del libro “LA ABUNDANCIA ESTÁ SERVIDA(Editorial Sirio)