Hoy quiero mirar profundamente algo que genera muchos equívocos y confusión en el mundo del desarrollo personal y un tipo de “espiritualidad” asociada a sus principios, basada en el perfeccionamiento de la persona.
En primer lugar, es necesario dejar claro algo: Tú no necesitas mejorarte, desarrollarte, cambiarte, espiritualizarte ni conseguir nada que no esté ya aquí, en tu interior. Lo que eres en tu esencia es ilimitado y completo. Eres el SER, la Vida, pura consciencia y amor sin límites.
Conectar con tu ser esencial, unirte a él, permanecer en esa consciencia, es lo único que sí necesitas y anhelas. Y esto es un movimiento interior profundo que requiere un compromiso de autenticidad enorme con nosotros mismos.
En el mundo del desarrollo personal, enfocado en la “persona”, esa versión limitada con la que nos hemos confundido, todo lo que acabo de escribir como aspectos del SER se le atribuyen a ese “pequeño yo”.
Oímos decir: “en ti está todo”, “tú tienes todo el poder”, “eres amor”, “no tienes que esforzarte”, “eres completo”… Y, como no nos hemos conocido más allá del pequeño cuerpo-mente que creemos ser, lo que llamamos nuestra personalidad, creemos que ésta es la depositaria de todos esos atributos. Aunque le cuesta creérselos, como en el fondo “intuye” la verdad a la que aluden, trata de adherirse a ellos creándose un yo espiritualizado que no logra sostener por mucho tiempo, pues la evidencia se impone.
El “pequeño yo” no es completo, no es amor, no tiene poder y no puede entender qué significa “no esforzarse”, pues su vida está basada en un esfuerzo sin sentido que le cansa. No hacer, para él, es dejar de actuar y olvidarse de todo.
El equívoco del que nos estamos ocupando es atribuir al “pequeño yo” las cualidades de la esencia, nuestra verdadera identidad. Y usar ese lenguaje con el que tratamos de acercarnos a lo inefable para describir al personaje ficticio con el que nos hemos identificado, tratándolo de estirar, de ensanchar, de motivar.
Es comprensible, nuestro anhelo de grandeza se expresa a su manera en los estrechos límites de la personalidad que trata de desarrollarse o mejorarse. En el fondo, intuye su grandeza, pero la confusión es que esa no se encuentra en los parámetros de lo personal ni de lo concreto. No se encuentra en el mundo de las formas.
Sólo cuando estamos agotados de buscar donde no hay, nos decidimos a abrirnos a nuestra verdadera identidad, sin forma y sin límites. Se inicia el autodescubrimiento.
Pero eso lleva consigo una rendición, un dejar atrás el apego al falso yo al que hemos adorado y nutrido tanto tiempo. Cuando sucede, todas nuestras energías son naturalmente consagradas a afianzarnos en un nuevo territorio, inédito, el del SER. Vivimos para ello, dedicados a nutrir y avivar lo que quedó olvidado.
Pero ahí se entra desnudo, sin pretensiones, sin saber,sin agenda, con las manos vacías y el corazón abierto. Sólo desde esa desnudez, la amplitud se manifiesta y podemos comprender que somos todo, porque del pequeño personaje ya no queda casi nada. Entonces la Vida en nosotros nos muestra su compleción cuando descansamos en ella. Y descubrimos su poder que nos lleva a donde nunca imaginamos con nuestras reducidas fuerzas.Y, lo más curioso, es que no cuesta nada, porque lo hace ella.
No confundamos, por tanto, desarrollo personal o espiritualización de la persona con algo tan esencial, sagrado e ineludible como el descubrimiento de lo que somos. No apliquemos parámetros y conceptos personales, hijos de un viejo sistema de pensamiento a algo que es inefable y profundamente impersonal.
Seamos claros, seamos reales, coherentes y ciertos. ¿Qué queremos? ¿Perfeccionar nuestra persona, conseguir más cosas para ella, nutrir aún nuestro deseo de ser especiales o…descubrir lo que somos realmente? ¿Seguir nutriendo el sueño o despertar?
No hay medias tintas…