Este instante no es sólo lo que aparece o se mueve en él. Subyaciendo al ir y venir de fenómenos que se suceden en este momento (sensaciones, emociones, pensamientos, objetos, percepciones…), hay algo que contempla y sostiene todo eso.
Nuestra gran confusión consiste en identificar “este instante” con lo que parece ocurrir en él. Ante ese constante cambio que nos abruma o nos asusta, tratamos de controlarlo o definirlo. Intentamos “hacer algo” para que eso no nos afecte o para conseguir perpetuar lo que nos tranquiliza o nos gratifica… De hecho, las dos modalidades básicas de nuestro sistema de pensamiento son: “Esto no está bien, hay que cambiarlo” y “Aquello es mejor, hay que conseguirlo”. Aversión y apego, las raíces del hacer.
Nos hemos identificado con esa forma de pensar y pasamos gran parte de nuestra vida creyéndonos ser ese personaje hacedor.
Sin embargo, existe una posibilidad radicalmente diferente: no hacer nada, permitir que este instante sea como es, dejar que todo lo que se mueve lo haga naturalmente sin necesidad de interferir por miedo a experimentar lo que estamos viviendo ahora mismo.
Un solo instante en el que no tocamos nada es suficiente para descubrir ese espacio de contemplación natural que siempre está ahí. Nos permitimos descansar mientras todo va y viene y ese descanso es un gran alivio. Es un suspiro de libertad muy profundo que nos devuelve sencillamente a nuestro hogar.
En este instante, todo tiene permiso para ser, mientras contemplamos el movimiento de las sensaciones, los pensamientos, las emociones y todos los objetos del mundo externo desde un espacio de extraordinaria simplicidad que no tiene forma, ni color, ni límites. No hay distancia alguna entre ese espacio y yo, ni un milímetro, ni requiero un solo segundo de espera para alcanzarlo. Es mi esencia. Sin embargo, detenerme a permitirme vivir un instante así da miedo. ¿Por qué?
¿Dónde queda esa persona que lleva mi nombre cuando no hay una historia asociada a lo que va surgiendo aquí? Cuando todo es sencillamente contemplado en su natural acontecer, por un instante desaparece la persona que creo ser. ¿Qué queda?: lo que es, la vida. Una amplia consciencia que no es definible y que lo abraza todo en su espacio.
Esto nos asusta, pues sentimos disolverse todas nuestras historias, esas que añadimos a la vida. Supone soltar ese personaje hacedor que cree saber quién es y se cuenta la misma historia constantemente, mientras sigue escenificándola.
Por eso preferimos con frecuencia seguir en modo hacer. Es decir, salir de este instante mentalmente confundiéndonos con pensamientos de futuro o de pasado.
Por eso no descansamos, pues esa actividad de la mente que se forja historias en base a lo que está sucediendo aquí es tensa y agotadora.
El descanso real sólo es posible en la intimidad natural con la vida, con lo que es, con cada expresión que ella va tomando. Cuando todas las formas cambiantes son contempladas y permitidas sin necesidad de hacer nada, se desvela naturalmente lo que somos, el SER.
Descansando en lo que somos, sin tener que cambiar sus formas para que nos satisfagan, accedemos a vivir realmente en este instante y comprendemos que la verdadera naturaleza del presente, aunque abraza todos los cambios, siempre es pura contemplación.
Y es lo único verdaderamente estable.