Dedicar mi vida al amor es lo único que siempre he anhelado. Sin embargo, con frecuencia, los estrechos conceptos sobre lo que es el amor lo han dificultado mucho. Estos conceptos surgen, obviamente, de una limitada imagen de lo que soy, al creerme un yo separado. Éste, por definición, está incapacitado para amar, ya que se aparta mentalmente de la vida.
Amar, sin embargo, es nuestra auténtica naturaleza y sólo cuando la dejamos actualizarse, sentimos la dicha de estar en el Hogar.
Cada momento nos ofrece la posibilidad de amar, es decir, de ser uno con la experiencia que estamos viviendo. No separarnos de este instante es la opción más revolucionaria y radicalmente transformadora que existe y a ella tenemos acceso directo ahora mismo.
Mientras la mente condicionada se escinde de la experiencia juzgándola, pronunciándose sobre ella y alejándose así de la vida, el Corazón, la consciencia que somos, abraza lo que el pensar puede considerar despreciable.
El amor lo incluye todo, no necesita objetos especiales, dignos de aprecio o merecedores de atención por sus características destacables. En el puro disfrute de ofrecerse totalmente, sin importar lo que la mente opine o las reacciones que aparezcan, amar es el gozo más exquisito, el más natural y el más poderoso. Nos permite descubrir la libertad más potente a la que el ser humano tiene acceso y que anhela con todo su corazón: no depender de ninguna circunstancia para experimentar su naturaleza radiante, su amorosa calidez.
Es posible que, mientras me lees, tu mente se haya ido a pensar en ciertos seres humanos y en la posibilidad -que a ella le parece muy difícil- de amarlos. Durante mucho tiempo, cuando escuchaba hablar de amor, siempre me ocurría así y terminaba pensando que se trataba de palabras muy bonitas, pero irrealizables en nuestras relaciones humanas. Y ello es cierto, pero sólo si mantenemos la misma perspectiva reducida que nos ha condicionado. Felizmente, existe otra muy diferente, la de la consciencia amorosa que somos, accesible en este preciso instante.
Podemos así empezar mucho más cerca, en un espacio mucho más íntimo: nuestra experiencia más inmediata, nuestro sentir, nuestras sensaciones emocionales, nuestros pensamientos, lo que percibimos con nuestros sentidos, este gesto que estamos haciendo… Todo eso a lo que tenemos acceso directo está esperando una nueva respuesta: amor. Tan simple como decidir: no me separo de esto. Independientemente de la forma que tome lo que siento, de la atracción o rechazo que mi mente genere sobre esta experiencia presente, no me separo de esto.
Al ser consciente de ella, al penetrarla de atención y espaciosidad, honrándola sin teñirla con historias del futuro o del pasado, me está ofreciendo la oportunidad de conocerme como amor. Por ello, me inclino ante lo que experimento con total devoción… Ése es el valor de cada experiencia: traerme de regreso al Hogar.
Mientras la mente condicionada busca en ella algo que disfrutar o rechazar para completar su vacío, el Corazón la usa para descubrir su inconmensurable capacidad de amar, para sumergirse en ese manantial inagotable que fluye de sí mismo sin cesar. El sol es una imagen perfecta de ello.
Poco a poco, esta conexión con nuestra íntima experiencia, puede ir extendiéndose en espacios compartidos. Los aparentemente “otros” seres humanos, han sido percibidos durante mucho tiempo como depositarios del amor que no sabíamos encontrar en nuestro corazón. Por ello, las relaciones nos atraen tan hipnóticamente o las rechazamos con tanta fuerza. Sin embargo, cuando empezamos a habitar nuestro verdadero Hogar, cada relación se convierte en un espacio con un inmenso potencial: descubrir nuestra naturaleza amorosa. Traer la atención del enfoque automático en lo que sucede ahí fuera a lo que contempla aquí dentro, supone un cambio profundo que nos devuelve a la vida que compartimos, alejándonos del pensamiento compulsivo de búsqueda o rechazo, que también es observado por la consciencia.
Para ser más concretos, imaginemos que algo que expresa alguien de nuestro entorno nos altera, despertando dolor en nuestro interior. La primera reacción que surge es de rechazo hacia esa persona, pero sólo como efecto del rechazo más profundo que experimentamos hacia nuestro sentir, que nos desborda y del que nos alejamos, buscando fuera su causa.
Imaginemos también que, habiendo cultivado el gesto de volver al Corazón, a la consciencia, asumimos nuestro momentáneo malestar, ofreciéndole espacio y comprensión. Asumimos e indagamos también los pensamientos automáticos que subyacen a ese malestar. No nos separamos de nuestra experiencia directa.
Es posible que, cuando de nuevo miremos a esa persona o situación, descubramos que el antagonismo o el rechazo hacia ella se han disuelto o, al menos, disminuido. El encuentro puede ser natural entonces, al haberse disuelto los obstáculos que lo impedían. Como dice Rumi, “Tu tarea no es buscar el amor, sino buscar y encontrar las barreras dentro de ti mismo que has construido contra él.” El amor, que siempre estuvo presente, ahora puede experimentarse de forma limpia. No necesariamente de la forma estereotipada en que la mente concibe las expresiones de amor. No tiene por qué tomar forma, ni siquiera.
Ser conscientes de la vida, tal como se va desenvolviendo es unirnos a ella, vivirla intensamente, momento a momento, sin separarnos mentalmente de nada. Ella, la vida que somos, no distingue entre unas situaciones y otras, experiencias personales o relacionales… Estamos aquí como sus aprendices constantes, pues anhelamos encarnar lo que somos en nuestra experiencia humana.
No separación, no dualidad, amor en total pureza y simplicidad. Ahora.