“¿Puedo hacerme feliz con esta respiración?”
Thich Nhat Hanh
Una vez, escuché a Thich Nhat Hanh pronunciar esta frase y algo se conmovió en mí. Recuerdo que añadió algo así como: ¿Puedo respirar de tal manera que mi respiración me ponga en contacto con la verdadera felicidad?” Y la misma invitación podemos aplicarla a toda experiencia: andar, comer, hablar, sentir emociones o sensaciones de cualquier tipo…
La adopté como una frase acompañante de mi vida en muchas ocasiones y me dí cuenta de que esa manera surgía naturalmente de mi como una consciencia íntima y amable que contemplaba mi experiencia, permitiéndola desenvolverse con espaciosidad y respeto. Descubrí que respirar con la intención de entrar en contacto con la felicidad es, simplemente, situarme en la consciencia natural que soy y dejar que ella inunde la experiencia de respirar, momento a momento. Y cuando esta conexión se da, la felicidad está ahí, o descubro que siempre ha estado ahí, unida a esa consciencia viva.
Ello me lleva siempre a evocar la belleza del nombre que, en sánscrito, se le da al SER que somos: Sat chit ananda, en el que se reúnen sus tres aspectos: existencia (sat), conciencia (chit) y felicidad (ananda). Aunque la trascendencia de su significado está más allá de lo que podemos nombrar, para mí, desde nuestra humilde experiencia humana, tenemos un portal de acceso que nos acerca a su comprensión: la experiencia presente. En cualquier instante podemos hacernos conscientes de nuestra existencia, pura vida que subyace a todas las formas. Uniéndonos a éstas, descubrimos la vida que las sostiene en el trasfondo y nos damos cuenta de que somos esa vida que abraza todo lo que percibíamos como separado. Nos sentimos inmediatamente felices, experimentamos el gozo íntimo de, simplemente, ser. Salimos de la limitación de las formas pasajeras para descansar en la amplitud del trasfondo. Eso es liberación, paz, felicidad… que tanto anhelamos.
Cada momento es una invitación a la felicidad. En cada instante, la vida está aquí, derramándose e inundando todo. Tenemos la opción de aferrarnos a las formas conocidas con las que nos definimos y recluirnos en ellas: “Yo soy esto, tú eres aquello, esto no lo quiero, quiero aquello…” O podemos decidir ir más allá de ese juego restrictivo que nos constriñe y nos encierra, haciéndonos sufrir. Podemos mirar más allá, soltar nuestros limitados conceptos. Mirar con los ojos del amor, con la mirada de la consciencia que contempla más espaciosamente, más íntimamente, sin rechazar nada.
Desde esta mirada nos descubrimos abiertos, amplios, poderosos, no restringidos a unas formas que ahora son, simplemente abrazadas en su devenir. Las personas que nos rodean y nuestra propia persona, todas nuestras experiencias, en su movimiento incesante, son contempladas como expresiones sagradas de esa consciencia viva. Ahí surge la verdadera felicidad, esa que siempre ha sido nuestra naturaleza esencial.
Las “recetas para la felicidad” que encontramos en nuestro mundo nos hablan de ella como algo a conseguir, siguiendo ciertas pautas. Están dirigidas a un pequeño yo necesitado, pero nunca lo cuestionan. Sin ese cuestionamiento, moviéndonos desde el falso personaje separado que creemos ser, lo que obtenemos son migajas de bienestar, momentos de alivio, distensión o euforia, pero no la felicidad consistente que anhelamos. Y la anhelamos porque, en lo profundo, nos sabemos esa consistencia, esa felicidad. Por ello, no podemos conformarnos con nada que no lo sea. Nos anhelamos a nosotros mismos, a nuestro SER, queremos recordar lo que somos.
Por eso, todo intento de encontrar felicidad en el mundo de los objetos, siempre nos defraudará, pues la buscamos desde una perspectiva imposible, la del pequeño yo que se siente carente separado. Actuamos como niños que se encaprichan con un juguete llamativo o una golosina y van tras ellos. No hemos comprendido que la felicidad no es un objeto a obtener, sino nuestra propia esencia, siempre presente.
La búsqueda de la felicidad es la forma que toma nuestro anhelo de reconocernos como el SER que somos: vida, conciencia y felicidad, en unidad indisoluble. Y ese reconocimiento puede empezar aquí mismo, ahora mismo: ¿Puedo hacerme feliz con esta respiración?