Me he sentido siempre entrañablemente inspirada por la historia de los Reyes Magos.
El nombre que mis padres me dieron, el que figura en mi partida de nacimiento fue: María Adoración de los Reyes Magos. Así se les ocurrió llamarme, evocando a mi abuela. Y durante muchos años lo rechacé, pues me resultaba tan largo y ajeno… Con el tiempo, sin embargo, me fui reconciliando con él. Y aunque, en el día a día, sigo prefiriendo la simplicidad del Dora, ahora, cuando pienso ese nombre con el que fui bautizada, me dejo inspirar por si acaso tiene algo que decirme.
Como todas las historias que nos dejan huella, puedo descifrar, en la de los Reyes Magos, un sentido más íntimo para mí. Adorar y ofrecer regalos, eso fue lo que hicieron estos sabios personajes que siempre amé. Hoy descubro su amorosa propuesta, dormida en mi corazón.
¿Adorar qué? Al niño, la vida inocente y auténtica que soy. Tan accesible que la encuentro en este instante, en la intimidad de mi silencio. Tan inmensa que se me ofrece continuamente, en el corazón de toda experiencia, llamándome a la unión. Todo aquello de lo que me separé y que aparece ante mí me está pidiendo algo muy simple: el reconocimiento de su íntima sacralidad, la adoración de su verdad, una conmigo, más allá de su apariencia. Ya perciba ésta como atractiva o indeseable, todo lo que experimento brota de la misma fuente, comparte la misma esencia, bebe de la misma luz.
¿Ofrecer regalos? Nuestro sistema de pensamiento, basado en un tiempo lineal que se mueve en una imaginada línea horizontal, desplaza hacia al mundo de los objetos lo que está siempre sucediendo aquí y ahora. Proyecta en comportamientos y acciones la inefable realidad de la que nunca nos hemos desplazado.
Nos encanta recibir regalos como evocación del verdadero regalo que recibimos constantemente, la vida que somos. Cuando lo aceptamos, nos damos cuenta de que ya somos el don, el verdadero regalo. Regalamos cosas como símbolo del regalo que ofrecemos al mundo al incluir en la luz de la presencia todo lo nos parece separado.
Ese es el verdadero regalo: reconocer que todo aquello de lo que nos disociamos mentalmente está aquí anhelando retornar a la unidad de nuestro corazón, al cálido hogar del que nunca nos fuimos.
Fotografía de Fran Carmona