Conectar con nuestro ser no supone dejar de actuar en el mundo. Se trata, simplemente, de permitir que nuestros actos surjan de otra fuente, nuestra esencia más auténtica.
Como ya hemos tenido ocasión de observar, el mismo mecanismo mental del pequeño yo es adictivo. Busca constantemente escaparse de las sensaciones y emociones que no quiere sentir. No se da cuenta de que son generadas simplemente por sus propios pensamientos.
Al no permitirse la experiencia de acoger lo que siente y descubrir de qué pensamientos erróneos procede, emprende acciones que le permitan evitarlo de mil maneras. Hace cosas, como decíamos, para alejarse de su sentir presente. Sus actos surgen de una consciencia empequeñecida que no admite vivenciar las emociones resultantes de su forma restringida de pensar. Ahí estamos y, aunque no nos damos cuenta, nuestro actuar cotidiano se convierte en una búsqueda de todo lo que pueda calmar nuestro malestar o prevenirlo.
Si nos preguntáramos antes de cualquier acción o decisión: ¿Para qué es esto?, descubriríamos que, en casi todo lo que emprendemos, lo que queremos conseguir es algo muy personal. Esperamos que las personas, los encuentros, los trabajos, las posesiones, la comida, las distracciones, las sustancias, incluso el pensar, nos ofrezcan un alivio a nuestro malestar o que nos produzcan la sensación de ser más de lo que creemos ser. Es decir, provienen de un yo empequeñecido que cree poder encontrar en esas actividades o relaciones lo que cree no tener o evitar a través de ellas lo que no quiere sentir.
Dicho de otro modo, el actuar del pequeño yo es un modo de eludir la realidad, el presente, que no sabe sostener. Por eso es un hacer adictivo, basado en reacciones automáticas de búsqueda, huida, evitación, lucha, ocultación… El hacer al que nos referíamos hasta ahora en este libro.
Sin embargo, esos objetos de nuestra búsqueda adictiva no poseen la capacidad de llenar nuestra profunda necesidad: descubrir nuestra amplitud y descansar en ella. Sólo pueden calmar momentáneamente la inquietud que sentimos al estar fuera de nuestro verdadero lugar. Nuestro auténtico espacio interno es ilimitado, pleno y abundante. Renunciar a vivir ahí y confundirnos con una consciencia empequeñecida de carencia es lo que nos hace sufrir.
La experiencia que se deriva de esa confusión es siempre la misma: frustración, decepción, depresión, culpa y malestar. Indicios claros de que ese actuar no se origina en nuestra esencia profunda y serena, sino que proviene de un lugar falso e inestable: el pequeño personaje buscador con el que nos hemos identificado y reducido.
Así vamos moviéndonos por la vida. La insatisfacción de fondo que experimentamos no es ni más ni menos que el efecto de estar viviendo desde un lugar que no nos corresponde.
Y como hemos podido ver, esta experiencia no hace sino intensificar y confirmar el sistema de pensamiento erróneo del que proviene.
Pasamos mucho tiempo tratando de perfeccionar nuestras situaciones y acontecimientos, queriendo controlarlos en su forma, según las coordenadas de nuestra pequeña mente. No nos damos cuenta de que lo que vemos, las experiencias que ahora tenemos, son sólo el efecto de nuestro condicionamiento del pasado, de nuestros modos de pensar limitantes. Centrarnos en nuestras circunstancias actuales no nos permite avanzar hacia lo que anhelamos de verdad. Sin embargo, es lo que solemos hacer: utilizar las situaciones, sucesos, pensamientos y emociones que aparecen en nuestra vida como excusa para no seguir abriéndonos a un camino mayor, a la expansión que realmente anhelamos.
Constantemente justificamos nuestro estancamiento o la no consecución de nuestros deseos más profundos con argumentos como: “Si no fuera porque tal circunstancia me lo impide” o “Cuando haya conseguido tal o cual cosa… entonces podré centrarme en lo que deseo de verdad”. Sin embargo, todo funciona de un modo muy diferente en la realidad.
Precisamente porque creemos en esas condiciones limitantes y nos quedamos dando vueltas en torno a ellas, tratando de arreglarlas o soportarlas, es por lo que nos cerramos a una vida más amplia, más expandida, a la realización de nuestra felicidad.
Las circunstancias son usadas por nuestro sistema de pensamiento como una justificación de su filosofía de carencia. Como demostración de que no podemos ir más allá. Pero no es verdad. No podemos seguir creyéndonos esta falacia o estamos abocados a continuar dando vueltas en los mismos círculos viciosos del estancamiento y la escasez.
Es necesario comprender profundamente que el mundo físico que nos muestran los sentidos es sólo el efecto del pasado, no la causa de nada. La causa, el origen de nuestra felicidad, es la Vida que nos vive y que quiere expresarse a través nuestro ahora. Por eso, como hemos ido viendo en estas páginas, mantener la conexión con ella es la esencia de toda realización y la base de nuestra felicidad, pues sabemos que desde esa sintonía con la existencia todo se ordena con total perfección. Nuestras emociones se procesan y las creencias de las que derivaban son comprendidas y descartadas como limitantes. Sin este contacto y aceptación profunda de nuestros sentimientos, nos separamos de la energía viva que los sustenta, y ésta se queda bloqueada. Nos cerramos así a la fuente de creatividad extraordinaria que encierran y que se libera cuando nuestro mundo emocional es comprendido y procesado, no rechazado.
En mi experiencia, los momentos de mayor conexión con mi dolor emocional, con mis zonas de sombra anteriormente rechazadas, han sido la fuente de un gran flujo creativo, de una poderosa inspiración. Aparentemente, es contradictorio. Sin embargo, respirar y permitir desde el silencio lo que no había sido aceptado nos reconcilia con un manantial poderoso de energía sin nombre, que queda disponible para la creación. Nos pone en contacto con la quietud profunda del ser, fuente primigenia de todo movimiento.
Entonces nos abrimos a un modo de ser completamente distinto. No es que dejemos de hacer cosas, no terminan nuestras relaciones, no dejamos de trabajar, y mucho menos de crear… Lo que sucede es que todo eso brota de una fuente diferente. Surgen las ideas inspiradas, aparecen las nuevas áreas a explorar que nos entusiasman sin que ello sea un modo de rellenar huecos emocionales. Las cultivamos por el simple placer de expresarnos y expandirnos.
No hay formas predeterminadas que nos expresen. Podemos sorprendernos instante a instante de cómo se va modulando la energía a través nuestro. Aprendemos a escuchar las intuiciones felices que nuestro ser interno nos va susurrando en forma de anhelos. Éstos tienden hacia una vida más expandida, más amplia. A través de ellos, la existencia se revela así misma en su grandeza infinita.
Empezamos a movernos intuitivamente, por inspiración. Nos sentimos libres y se desencadena la creatividad verdadera. Ya no nos guía la huida, la lucha, la evitación, la represión de nuestros sentimientos a la hora de actuar. Nos sentimos impulsados por una pasión profunda que, al entrar en contacto con nuestra energía vital, se ha despertado.
Ahora todo se convierte en un modo de expresar nuestro ser más auténtico. Lo que antes había estado al servicio de un yo empequeñecido que quería agrandarse artificialmente a través de todo aquello con lo que entraba en contacto, ahora cambia de propósito naturalmente.
Somos total creatividad que se expresa por sí misma sin esfuerzo si nos mantenemos conectados con su fuente. Así entramos naturalmente en una dimensión más profunda de nuestra consciencia. Y en ella, nos sentimos expandidos y reconocemos lo que somos.
Las cosas empiezan a suceder de un modo sincrónico, como respondiendo a una íntima inteligencia que se despliega naturalmente, sin tensión. A esto lo seguimos llamando no hacer, aunque muchas veces nos vemos envueltos en un estado de actividad intensa. Pero no hay un forzado intento personal, sino un fluir con la existencia. Es el hacer creativo, la más genuina expresión de lo que somos, que no conlleva en sí ningún esfuerzo. A veces toma un cariz milagroso: nos vemos realizando o consiguiendo cosas con una extrema facilidad, inconcebibles desde la percepción del pequeño yo.
Desde la perspectiva de nuestro ser profundo, en cambio, podemos hacer cualquier cosa que anhelemos realmente, ya que en nuestra amplitud, todo nos pertenece. No es que atraigamos algo ajeno a nosotros a base de tesón y empeño, utilizando todo tipo de técnicas y procesos. Podemos creer en ello, eso sí, y es posible que lo veamos funcionar por momentos. Pero, en realidad, no hay nada ahí afuera que atraer. Lo que sucede es que estamos moviéndonos en un nivel de consciencia diferente, en el que nos sentimos unidos a todo y todo forma parte de nosotros, es nuestro.
A través de nuestros deseos inspirados, esa totalidad que es la vida puede explorarse a sí misma en todas sus posibilidades.
Extraído del libro “Del hacer al ser”, Editorial Sirio.
Capítulo 9: “Vivir desde el corazón”