ENERGÍA ILIMITADA

Creo que el mayor incentivo que me inspira para volver, una y otra vez, a descansar en el presente, es el enorme aflujo de energía que experimento cuando me uno a la vida que vibra en este instante.

En realidad, siempre estamos en el ahora y su vida abundante nos sostiene continuamente. No podemos salir del eterno presente. Pero cuando mentalmente nos fugamos de aquí buscando otras fuentes de nutrición y felicidad en otro tiempo imaginario, invirtiendo energía en algo que no existe, nos agotamos y nos sentimos vacíos y exhaustos. Perdemos el contacto con la vitalidad que se está desplegando a través de estas formas concretas que la mente condicionada suele eludir. En seguida buscamos el modo de recomponernos mediante todo tipo de estrategias, artificiosas a veces. Hemos asumido que el cansancio constante es normal.

El “yo separado” no confía en el presente porque para él, las formas en que se expresa no tienen tanto valor como otras que su limitada mente le propone en el futuro o le recuerda del pasado.

Habitar el ahora, fundirnos en su danza, requiere confianza. Y ésta nos va conquistando a medida que aceptamos quedarnos y reconocer la vida poderosa que se esconde tras toda apariencia. Ser la presencia viva que somos, en otras palabras.

Hoy, por ejemplo, ha sido un día en el que me he sentido desbordante de energía. Desde muy temprano, sentía la profunda invitación de la vida a no despreciar ninguno de sus detalles, a sentir el aliento moverse en mi pecho en medio de cualquier circunstancia, a aceptar cualquier acontecer como la perfecta expresión de la existencia.

Tocaba limpieza de la casa. Recuerdo un tiempo en que me parecía que dedicarme a estas tareas no era tan deseable como escribir, pasear por la playa o practicar yoga, por ejemplo. Automáticamente, me retiraba interiormente, tratando de terminar lo antes posible para emprender algo más “edificante”. Y me cansaba, claro, y mucho. No era un cansancio físico, sino un agotamiento derivado de esa separación de la vitalidad que se despliega en el contacto de mis manos con la escoba, en los sonidos del agua al escurrir los trapos, en el aire fresco que inunda la casa con todas las ventanas abiertas. Me perdía también la posibilidad de contemplar y permitir amablemente esos pensamientos agitados y esas emociones inquietas que, automáticamente, suelen sugerir que “debería estar haciendo otra cosa” o que “ya he hecho demasiado”. Al identificarme con ellos, me agotaba en sus circuitos de rechazo. ¡Qué dolorosa es la separación! Hoy podía verlos pasearse, claro que sí. Y aceptar que forman parte de un condicionamiento muy antiguo que no necesito evitar, sino simplemente, contemplar. La presencia es poderosa y altamente nutritiva.

Volver al corazón y sentir la vida aquí, unirme a sin reparos a sus alternantes oleadas, respirar con ellas, va generando una energía vibrante que nos despierta y mantiene disponibles para todo. Los niños nos lo muestran también. Su contacto natural con la vida les dinamiza y recarga naturalmente, momento a momento.

¡Perdemos tanta vitalidad en esos viajes mentales hacia otro tiempo, dejando abandonada esta vida radiante en cuyo contacto renacemos! Dejémonos atravesar por ella, seamos instrumentos receptivos a esa constante melodía que quiere sonar a través nuestro y el cansancio de querer ir por nuestra cuenta se disolverá en un instante. Es ahora.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *