Nunca hubiera imaginado que pasar unos días sin alimentos sólidos pudiera despertar en mí vivencias tan genuinas y profundas. Aún recuerdo la primera vez que dejé de comer durante un día… ¡Qué difícil me pareció! La dificultad no procedía de que tuviera realmente hambre. ¡Me sentía tan extraña no siguiendo las normas convencionales! Sin embargo, con mi primer ayuno de tres días, la incomodidad dejó paso a una sensación de claridad y acercamiento a mi ser tan reales que me sentí cautivada. A través de esa experiencia tan simple estaba tocando, de algún modo, la autenticidad que había anhelado siempre.
No tardé en repetir la experiencia, alargando los períodos de ayuno. Ante mi sorpresa, mi nivel energético aumentaba enormemente a partir del tercer día. Aún recuerdo la primera vez que ayuné diez días. El octavo, fui invitada a una sesión de danza libre. Aunque había estado en una casa de campo, en un ambiente tranquilo hasta ese día, algo me impulsó a asistir. Con un nivel de energía inverosímil, me veía correr por las calles para llegar al autobús. Bailé durante horas sin cansarme. Un estado de inspiración y conexión con la vida me atravesaba. Veía a los demás comer y no sentía ninguna apetencia. ¡Estaba nutrida en profundidad!
Como podéis imaginar, estas vivencias fueron llenándome de confianza en mi intención de escuchar a la vida en mí, más que a todo lo aprendido, que se había superpuesto a mi innata sabiduría. Lo vivido en estas primeras experiencias me llevaba a querer repetirlas con frecuencia, ya que notaba que cada vez que me regalaba un período de ayuno, mis pesadeces de antaño, mi confusión mental y mi contraída emocionalidad, se liberaban. Como si en un paisaje sombrío y helado fuera entrando más y más luz, al tiempo que muchas durezas se ablandaban y disolvían. Sentía que me renovaba y que el contacto con mi intuición se restablecía. Mi salud también se fortalecía más y más.
Ante mi asombro, mi entorno no fue nunca un in conveniente. Desde el momento en que yo me daba el permiso para explorar y vivir estas experiencias, respetando la llamada de mi intuición y confiando en ella, nada externo se interponía. Y si alguien mostraba su desacuerdo o incomprensión, eso no me perturbaba en absoluto. Recurría, de vez en cuando, a realizar algún análisis clínico «por si acaso», pero estos siempre han revelado un estado de salud perfecto, para tranquilidad de todos.
La experiencia del ayuno, como decía, fue una enorme ayuda para avivar mi atención a las verdaderas necesidades de mi cuerpo, que no dejaban de sorprenderme.
En los períodos en que no ayunaba, mi investigación seguía viva. Me daba cuenta de que necesitaba explorar también en torno a las cantidades de comida que ingería, otra puerta que siempre me había atraído atravesar.
Del libro “La abundancia está servida” Editorial Sirio.