Entendemos que la empatía con otro ser humano consiste en unirnos a su malestar, prestarle atención detenida a los detalles de su sufrimiento, tratar de resolverlo, quitarle importancia o aliviarlo.
Sin embargo, ninguna de estas actitudes que se centran en la existencia de un problema honra y capacita a nadie para ir más allá de él. No podemos aportar nada realmente transformador al permanecer centrados en lo que le sucede, lo que le angustia, lo que le hace sufrir. Ya se trate de sucesos, sentimientos, pensamientos o situaciones, al enfocarnos en ellos considerándolos la causa de nuestro malestar y tratando de solucionarlos, lo que hacemos es darles un poder que no tienen.
Puede que experimentemos un alivio al contarlo y descargarlo sobre otra persona. O que nos sintamos consolados cuando percibimos el interés de alguien más sobre lo que nos perturba. De hecho, esta es la gran trampa en la que incurrimos al contarnos lo que llamamos nuestros problemas. Como nos encontramos mejor al recibir la energía de otra persona que se preocupa y se centra en nuestro pesar, nos sentimos alentados a compartirlos. Creemos juntos que esos problemas son los causantes de nuestra infelicidad y que, debido a ellos, no podemos estar bien. Eso compartimos al hablar y eso creemos que es empatizar: unirnos en el problema para tratar de solucionarlo.
Sin embargo, con ello sólo intensificamos la consciencia de ser víctimas, no creadores de nuestra vida.
¿Significa esto que no podemos compartir sobre lo que nos duele o nos alegra? En absoluto. Simplemente tenemos que saber desde dónde nos expresamos y para qué lo hacemos.
De nuevo es necesaria la autoempatía antes de pretender ayudar empatizando con alguien más. ¿Dónde me estoy situando internamente? ¿En lo que realmente soy o en este personaje hacedor que quiere estar ayudando a la otra persona? Necesito detenerme, sentir mi respiración, estar presente para mí.
Seguramente, la experiencia de este ser humano que sufre me toca internamente. Estas emociones que siento son mías, aunque a través de él se despierten. Y antes de intervenir en su experiencia, es mucho más directo atender la parte que me afecta. Empezar por casa es quizás, la mejor ayuda que puedo ofrecerle. Si no es así, es posible que trate de librarme de mi malestar intentando arreglar el suyo. Y seguramente proyectaré en su sentir lo que a mí me sucede, haciéndome una historia sobre ello que nada tiene que ver con su realidad.
Ser responsable de mi vida es atender mi experiencia más inmediata: en este caso, mi sentir en torno al sufrimiento de mi amigo. Sólo así, mi consciencia podrá abrirse a contemplar su experiencia sin historias, invitándole a él a hacer lo mismo y, sobre todo, considerándolo como un ser consciente y capaz de hacerse cargo de lo que está viviendo.
Es importante, cuando nos sentimos movidos a empatizar con alguien, que nos preguntemos: ¿Con qué parte de este ser humano me estoy conectando? ¿Con el que se siente impotente ante lo que él considera un problema o con su consciencia profunda, su verdadera identidad, que puede abrazar todo lo que se presenta ante él?
Eso no significa que me niegue a escuchar lo que me dice ni que le reste atención a sus palabras pero, internamente, dejo de considerarlo un ser necesitado, una criatura impotente ante lo que le sucede. Conecto con su esencia, con su vida, con su consciencia profunda, descubriendo nuestra íntima unidad.
Del libro “Del hacer al ser”, Editorial Sirio.
Capítulo: “Tus relaciones, una vía directa hacia ti”