EL FIN DE LA DEPENDENCIA

La dependencia ha sido un gran tema en mi vida y creo que en la de muchos de nosotros. Desde muy niña me vi expuesta al sufrimiento derivado de esa alienante sensación de estar a la merced de las reacciones del mundo, de las situaciones, de las cosas, de las demás personas, tratando de controlarlas de mil maneras para no sentir esa dolorosa vulnerabilidad que se despertaba en su contacto. Observaba también desde mi percepción infantil… ¡tanta emocionalidad dañada en mi entorno, tanto dolor e impotencia al poner la causa de nuestra felicidad en manos de otros!

Y, hastiada de esa forma de vivir tan alienante me decidí a luchar por mi libertad y, más tarde, a animar a otros a que fueran independientes, a que descubrieran sus propios recursos, a afirmarse en sus capacidades… Y estuvo muy bien, todo eso formaba parte del camino. No me daba cuenta aún de que, en ese intento de ayudar, me iba haciendo dependiente de esa dedicación, de esas personas que consideraba necesitadas de mí. Generé un personaje ayudador que me hizo codependiente de aquellos que se acercaban a mí esperando soluciones o sostén. Aparentemente, yo era muy libre, pero en realidad, me estaba basando en ese papel para sentirme segura en este mundo.

La vida se fue encargando de que todo ese constructo se desmoronara poco a poco.

La comprensión fue ya muy clara cuando, muy jovencita, en medio de una crisis depresiva que viví al haberse roto una relación en la que había puesto todas mis esperanzas de felicidad, descubrí el poder de la respiración. Ahondando en el fluir del Aliento en mí, desperté a una vida real, plena de posibilidades en la que ya no me reconocía como aquella criatura dependiente y limitada, sino viviendo en una extraordinaria apertura que surgía irrefrenable en mis entrañas desde mi íntima unidad con la Vida. Sí, la Vida me recordó que yo no vivía por mi cuenta, que no estaba separada, sino unida indisolublemente a ella. Sólo tenía que ser consciente de ello y dejarme amar, mover y vivir por ella.

Al dedicarme intensamente a nutrir este contacto, todo se transformó en mí. La dependencia de las personas, de las relaciones, de las situaciones, de los alimentos… dejó paso a una libertad sin límites que llevaba implícito el reconocimiento de que yo no dependía de mí, como ser aislado, sino que era parte de una existencia que me amaba, me sostenía, me respiraba, y deseaba expresarse a través de todo mi ser. Ello me llenaba de un entusiasmo y una creatividad desbordantes que me sorprendían enormemente. Me sentía libre de lo que antes parecía depender y dependiente, amorosamente dependiente, de una Vida Infinita que se vivía a través de mí, revelándome mi verdadera identidad ilimitada. En mi libro “Del hacer al ser describo este episodio detalladamente, como puedes leer aquí.

Con el paso del tiempo, muchas otras experiencias han venido a fortalecer esta comprensión que amaneció en ese radiante período de mi juventud. En medio de muchas experiencias que siguieron, en las que tanto dolor acumulado se expresaba, no encontraba más salida que exponer con amor a la Vida todas mis heridas, dejarla respirar en el centro de mi vulnerabilidad, dejándome sentir y sanar. Y esto me va devolviendo más y más a esa sensación íntima de seguridad y de paz que brota de saberme unida, dependiente, no de mis propias fuerzas limitadas, sino de la inmensa fuente que es mi origen.

Cuando ahora me encuentro con otros seres humanos que están atravesado el sufrimiento generado por creerse dependientes de algo o de alguien, puedo animarles a volver hacia su corazón, a descubrir el inmenso potencial que les habita. Sin embargo, no me dedico a reforzar su pequeña identidad frente al mundo para que, con esfuerzo, se sientan independientes de él. Esto puede ser un paso necesario, a veces, en los primeros momentos. En seguida, siendo coherente con mi propia experiencia, prefiero la simplicidad de acompañarles a conectar vivencialmente con el Aliento de la Vida, con la existencia que nos ha concebido, y sentirla en nuestro cuerpo, en nuestro pecho, en todo nuestro ser. Vivirnos conectados con algo mucho más grande es reconocernos como la inmensidad de la que formamos parte.

Necesitamos admitir que esa sensación tan dolorosa de dependencia de alguien o de algo es una energía distorsionada, la forma torpe que el ego tiene de codificar la verdadera dependencia que nos salva, que nos sana, que nos sitúa en nuestro Hogar, devolviéndonos la seguridad y la paz olvidadas. Depender de otros, apegarnos a ellos, basar nuestra vida en algo tan ínfimo, nos hace sufrir porque no corresponde con la verdad de lo que somos y desvirtúa la verdad que, desde muy niños, vive en nuestro corazón: dependemos del sostén y el nutrimento de la vida, que se nos da constantemente. No nos hemos creado a nosotros mismos ni tenemos que sostenernos por nuestra cuenta. Somos amados y solo necesitamos dedicarnos a tomar consciencia de ello y dejarnos amar. Desde ahí, todo es posible para nosotros.

Siendo muy breve, resumiría lo que deseo expresar en estas líneas así: al creernos seres separados y carentes, nos sentimos dependientes del mundo, de las cosas, de las relaciones, de las situaciones, a las que les damos el poder de llenarnos, temiendo no conseguir o perder en ellas lo que consideramos necesario para nuestra integridad. Ello genera un intenso sufrimiento. Esta es la causa profunda de todo sufrimiento, en realidad. La sanación de esa dependencia es muy simple: consiste en aceptar que somos verdaderamente dependientes, pero no del mundo, de las personas ni de las sustancias… sino de la Vida, de la Totalidad, de Dios. Al asumirlo realmente, reconocemos nuestra verdadera identidad, la verdad que nos hace libres.

Si esta posibilidad resuena en ti y deseas profundizar en esta conexión con la Vida, puedes participar en el retiro “Respirar y amar“, que tendrá lugar próximamente en Tarifa.

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Dora Gil
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