¿Cómo encontrar la presencia viva que somos en medio de este condicionamiento que parece contaminar nuestras actividades cotidianas?
Pues bien, en mi experiencia, con frecuencia necesito recordarme el objetivo o la intención de lo que voy haciendo. Todo radica en eso: ¿Para qué es? ¿A quién estoy sirviendo? Aunque este recordatorio pudiera parecer un poco forzado, en realidad lo verdaderamente artificioso ha sido el abandonar la espontaneidad del momento para recluir mis acciones en circuitos «conocidos», los de la rutina y la productividad, para servir a una identidad ficticia a través de mis acciones, que se alimenta de mis preciosas energías.
Necesito ofrecerme una pausa para preguntarme desde qué perspectiva estoy actuando: horizontal o vertical. Es decir, ¿estoy despreciando esto para buscar otra cosa más allá o quiero experimentar lo que hago desde la luz del instante presente, la perspectiva real de la existencia? Dicho aún de un modo más profundo…, ¿quiero que esto sea un acto rutinario que me mantenga en el mismo nivel de consciencia o bien puedo convertirlo en un modo de recordar mi esencia, propulsándome hacia la verdad de lo que soy? Estamos hablando de consagración, ni más ni menos. O, expresado de modo más simple, de dedicación.
Después de haber dejado durante tanto tiempo que los objetivos personales del ego dirijan nuestras acciones y absorban nuestras preciosas energías, se hace necesario detenernos y determinar conscientemente el verdadero objetivo de las situaciones que vivimos. Si elijo que lo que estoy viviendo sea dedicado al descubrimiento de lo que soy, a liberarme de lo falso, a con templar lo real, todo lo que se presente en esa situación podré verlo como la forma idónea de acceder a ese propósito. En cambio, si dejo que la inercia de lo conocido dirija lo que sucede, los fines automáticos del yo separado seguirán determinando el modo de vivirlo. La verdadera apertura no podrá darse y la atención se verá recluida en los intereses, expectativas y temores de una vieja identidad con la que me confundí.
Usemos nuestra mente al servicio de la consciencia para recordarnos, una y otra vez, en medio de cualquier actividad o circunstancia: ¿Para qué estoy aquí? ¿Para qué quiero utilizar este momento? La respuesta automática es inmediata: «Estoy aquí para trabajar», «estoy aquí para darme una ducha», «estoy aquí para hablar por teléfono…». Sí, está claro, y no vamos a dejar de hacer todo eso.
Sin embargo, a un nivel más profundo, sé que estoy aquí para recordar la luz que soy, presencia viva que quiere expresarse en todo su potencial ahora mismo. A través de mi trabajo, mi ducha o mi conversación, puedo sumergirme en el océano de la consciencia que siempre está aquí. Así, mis acciones se convierten en una fuente extraordinaria de nutrición para la consciencia. El más mínimo gesto deviene una fuente de íntima felicidad que me encanta recrear, una felicidad que surge del corazón y va invadiendo mi vida.
«Regresa a tu propio fondo y ahí actúa, porque todas las obras que operas ahí son vivas», decía el Maestro Eckhart. El ofrecimiento siempre está aquí. La abundancia está servida en cada instante, en cada acción, si me abro a vivir lo que hago desde el corazón. Lo que antes me desgastaba, ahora me inspira profundamente; lo que antes eludía como la causa de mi agotamiento se convierte ahora en una fuente nutritiva de descubri miento. En cada acto se presentan tantas oportunidades de sentir, observar, deleitarme, comprender, ahondar, cultivar la presencia… que no se me ocurre despreciar nada del fabuloso banquete que se me está ofreciendo en cada instante.
Y, desde esta comprensión, también es posible que surjan nuevas ideas, nuevas vías de acción, un despliegue de actividad renovada y profundamente creativa. Al dejar de alimentar los circuitos mentales de lo conocido, se libera una energía que queda disponible para crear, para realizar con entusiasmo aquello que surge como ideas inspiradas desde el corazón.
Del libro “La abundancia está servida”