EL VERDADERO ARTE
Durante muchos años me dediqué a la creación artística tratando de plasmar en los cuadros que pintaba mi experiencia profunda. Fueron años bellos y productivos que intensificaron en mí la consciencia de que, desde la sintonía íntima con el Ser, no hay esfuerzo, sino fluir permanente.
Con frecuencia me sorprendía contemplando el movimiento espontáneo del pincel en mi mano, impulsada por la corriente de inspiración que me atravesaba, expresando sobre el lienzo lo que yo, con mis escasos recursos, nunca hubiera sabido hacer. Cuanto más viva era la conexión con mi energía interna, más intenso era ese estado de flujo que me dejaba con frecuencia asombrada, con la sensación poderosa de no ser yo la autora de lo que surgía. Todo brotaba de una fuente silenciosa pero dinámica que se movía a través de mí.
Con el paso de los años, iba notando que el lienzo se me quedaba pequeño. La necesidad de expresar mi inspiración pedía más espacios, más vida: la vida misma. Pintar sobre un lienzo o un papel son bellas experiencias que, en realidad son puros símbolos de nuestro paso por la existencia. Ésta, como una inmensa base pictórica neutra, abierta, se nos está ofreciendo constantemente para crear.
Empecé a darme cuenta de que mi creatividad se expresa, sobre todo, en una forma singular de mirar. Esa mirada, que me ha acompañado siempre, busca activamente la belleza, aquello que le inspira, lo que le nutre, atravesando el velo de la apariencia para descubrirlo.
Esta es la mirada del artista. No es una búsqueda voluntaria o predeterminada, sino un deseo natural de encontrar la esencia que subyace al mundo que vemos. Esta forma de contemplar mantiene su inspiración y es, en realidad, la fuente de creatividad más estimulante que existe. Se actualiza en cualquier situación. Cuanto más nos conectamos con esa Vida profunda en nosotros, más fácilmente nos resultaba encontrarla en las personas y los ambientes de nuestro mundo. Como resultado, nos vemos recorridos por oleadas de inspiración y naturalmente queriendo reflejar en formas todo ese manantial de energía de la que nos nutrimos.
Y esas formas no tienen por qué restringirse a una pintura, una pieza musical o cualquier otra realización externa. Pueden expresarse en nosotros mismos, en nuestro vivir cotidiano. Nuestra propia vida como expresión artística… era esta una inspiración maravillosa que ya me había motivado profundamente en mi juventud leyendo una obra de Omraam Mikhael Aivanhov, “Creación artística y creación espiritual”.
A medida que comprendía esto, un intenso anhelo fue surgiendo: ser lo que quería expresar en mis cuadros. Encarnar en mi propia vida las comprensiones que me iban llegando, hacerlas vivir en mí. Ser eso que anhelaba y utilizar mi aliento, mi cuerpo, mi voz, mi mirada, mi pensamiento, mis palabras y mi corazón para dar forma a la vida que fluye a través mío.
Cambié, por así decirlo, los pinceles, la pintura y los lienzos por estos nuevos medios tan vivos y accesibles. Poco a poco, apareció una nueva orientación vital y profesional, respondiendo a mi vocación profunda. Mi camino como terapeuta y facilitadora de cursos y talleres se abrió con gran entusiasmo en el encuentro el contacto con otros seres humanos y nuestra interioridad compartida.
Me doy cuenta, ahora que no pinto cuadros, de que mi enfoque sigue siendo el mismo: buscar la esencia que siempre está ahí, lo que vive más allá de la apariencia y unirme a ella. Muchas personas van y vienen por mi vida y, en nuestro encuentro soy feliz al permitir en mí esa mirada del artista. Ver la belleza. Es mi anhelo, conectar con la realidad esencial que nos une a todos.
El ser humano que tengo ante mí tiene la posibilidad de abrirse a reconocer esa luz en sí mismo y dejar que ella le sane. Ambos nos beneficiamos, ambos nos nutrimos al reconocernos.
De alguna manera, todos vamos detectando que aquello en lo que nos enfocamos determina nuestra experiencia interna. Conectándonos con la luz, la alimentamos y permitimos que surja. Enfocándonos en las formas aparentes, dejamos que éstas dirijan nuestros estados internos.
Como seres humanos, somos intrínsecamente creativos. Esa vida inmensa de la que surgimos, anhela explorarse de un modo particular y genuino a través de cada uno de nosotros. Al asumir este impulso vital y decidirnos a darle forma, experimentamos eso que llamamos felicidad. No hacerlo nos sume en la depresión, la pequeñez, la limitación y nos aleja de nuestra paz y alegría profundas. Ni más ni menos. Somos artistas innatos.
Para mí, cuando no estamos experimentando la felicidad que anhelamos es porque la hemos dejado aparcada, simplemente. Porque no hemos confiado en ese anhelo de la vida en nosotros y nos hemos encerrado en las circunstancias, los aparentes obstáculos que, sin darnos cuenta, usamos para ocultar el temor que nos da expresar nuestra naturaleza creativa.
Del libro
“Del hacer al ser” , Editorial Sirio.