TODO TE DESEA

Cuando me identifico con un “pequeño yo” buscador de compleción, mi mente desea cosas (objetos, relaciones, experiencias…) en las que proyecta su plenitud o felicidad. Esa búsqueda de “cosas” puntuales es un simple sucedáneo, desde esa perspectiva disminuida, del verdadero desear. No suele dejarnos satisfechos la consecución del objeto. Al “matar el deseo”, algo se muere en nosotros, la poderosa vibración del verdadero desear, la incandescente energía de la vida que no busca objetos en los que encerrarse y consumirse, sino abrazar y expandirse en la totalidad.

Todo lo que aparece aquí es el deseo de la vida. Todo es la voluntad de Dios, es otro modo de expresarlo. La consciencia infinita que somos “desea” reconocerse en el mundo de las formas a través de sus innumerables manifestaciones. Y, al mismo tiempo, éstas anhelan ser reconocidas, incluidas, degustadas en la espaciosa totalidad, en el inmenso hogar que es nuestra esencia. Es un movimiento de amor constante.

Este contacto con el teclado, el sonido de los niños que juegan en la calle, esta punzada en el estómago, esta simple espiración… todo lo que aparece ahora mismo en mi consciencia “desea” ser acogido y reconocido como luz, disolverse en ella, volver a su origen.

Sin embargo, cuando la pequeña mente se apropia de las experiencias para nutrir su imagen personal, su pequeño autoconcepto, contándose historias sobre ellas, las escinde de la totalidad, separándose de ella. Esta separación artificiosa y dolorosa genera un anhelo de unión, de inclusión. El instante presente es el espacio para esa unificación.

Todo me está buscando, todo desea mi presencia, el cálido hogar de mi corazón. ¿Puedes ver cómo se transforma tu experiencia si cada ingrediente de ella te desea? Ese sonido quiere ser escuchado, ese bolígrafo que tienes en la mano desea tu contacto, ese bocado busca tu cálida consciencia, ese dolor anhela que descubras la energía divina que es su sustancia, ese rostro desea que veas la luz que irradia por sus ojos, ese pensamiento vagabundo y asustado busca un espacio permisivo en el que expresarse. Todo desea un hogar, el hogar que tú eres, tu amoroso reconocimiento de la hermandad ineludible con todo lo que vive. Todo comparte tu misma esencia. Reconocer esto es amor.

Si me abro a la luz presente en cada cosa, sin separarla de la totalidad con mis conceptos, sin pensarla, me descubro como la luz que soy. Si atiendo la petición silenciosa de amor que cada detalle de la vida me ofrece, descubro mi unidad con todo. Esta comprensión de lo que soy y de lo que todo es disuelve de un plumazo la cansina búsqueda de reconocimiento en el mundo, torpe sucedáneo del verdadero reconocimiento de nuestro ser.

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