Creyendo que estaba viviendo una vida muy espiritual, pasé mucho tiempo intentando arreglar mis condiciones internas o externas para, por fin, sentirme en paz. Fue una senda muy cansina. Las circunstancias que consideraba como adversas o indeseables, a medida que iban siendo resueltas, volvían a aparecer bajo otro disfraz. Me veía de nuevo enfocada en encontrar el arreglo, juzgándome por mi incapacidad, proponiéndome nuevas vías de redención más eficaces.
La verdadera transformación es imposible desde esa perspectiva. Cualquier molestia, dolor, suceso aparentemente inadecuado o insuficiente… pasaba a ser interpretado como la prueba de mi insuficiencia… Y vuelta a empezar, a intentarlo de nuevo.
Aunque aparentemente muy espiritual, mi vida estaba basada en el mundo de lo que va y viene, de los fenómenos cambiantes de los que me sentía víctima y encargada de arreglar de inmediato. Mi trabajo interior consistía en una inacabable cadena de esfuerzos por conseguir que todo estuviera controlado y en una interminable cadena de juicios y malestar cuando no parecía conseguirlo. Todo ello revestido de supuestas virtudes como la paciencia, el arrepentimiento y la dedicación que me permitirían un día conseguir la paz anhelada. Seguro que a muchos os resulta familiar esta vía…
Lo que voy comprendiendo, después de tanto agotamiento, es que la verdadera espiritualidad, si quisiéramos llamarlo así, no puede basarse en la forma que toman las cosas. El espíritu o la presencia que somos, no es forma. El reconocimiento de que soy este espacio abierto en el que las formas pueden expresarse de mil maneras es la verdadera libertad. La luz del sol (por usar una imagen) no necesita que las formas que se mueven en ella cambien para brillar o vivir su paz radiante.
Esta perspectiva es tan diferente que mi mente pequeñita se resistía a creerla: ¿Cómo? ¿Es posible la felicidad cuando las cosas no van como quiero? ¿Cuando siento dolor? ¿Cuando experimento malestar? ¿Cuando los pensamientos se mueven caóticamente asegurándome que me he equivocado o fracasado de nuevo?
Precisamente, esa es la puerta para acceder al reino del Ser, nuestra verdadera naturaleza. En lugar de enfocarme en lo que sucede, girando en torno a su eliminación o arreglo, se me invita a dejar que ello me traiga al Hogar del corazón, a la presencia inefable, amplia y transparente que soy y que todo lo sostiene, dejando que cada cosa encuentre en ella su desenvolvimiento natural.
Nada de lo que sucede me define. Nada tiene significado. Lo que experimento es, simplemente, una llamada a desligarme del personaje arreglador que se creía espiritual y a descansar en la amplitud que soy, a reconocerme siempre como ella y a amar todo lo que en mí surge, ofreciéndole mi cálida permisividad. A amar también a ese personaje con el que nos solemos confundir, pues forma parte del juego que nos trae de vuelta al entrañable Hogar del que, en realidad, nunca nos ausentamos.