SENTIR

Últimamente se repite mucho esta palabra… yo misma la utilizo con frecuencia cuando comparto, cuando escribo, cuando acompaño a otros seres humanos. Incidimos en la necesidad de sentir, en vez de seguir alimentando el pensar compulsivo que lo genera.

Es una llamada a la responsabilidad, a darnos cuenta de que los pensamientos de separación y juicio generan sufrimiento cuando los creemos y nos identificamos con ellos. Así, sentir lo que sentimos se convierte en una preciosa guía para indicarnos desde dónde nos estamos viviendo. Es también una invitación al amor, al cuidado amoroso de nuestra vida, atendiendo lo que duele, dándole espacio, sin pasárnoslo por alto.

Sin embargo, esta invitación, al ser asimilada por la mente del yo separado, se convierte inmediatamente en algo que hay que hacer, en un medio para conseguir que el malestar o el dolor desaparezcan. Interpreta que, gracias a sus esfuerzos por sentir, conseguirá deshacerse de lo que juzga como inadecuado. El sentir se convierte en un hacer que él mismo se adjudica y en el que se involucra para conseguir algo.

Sentir no es algo que hacemos. Es algo que reconocemos, está sucediendo siempre. La consciencia viva que somos es intrínsecamente sensitiva, es pura sensibilidad, en el sentido de que es abierta y receptiva a toda experiencia. Ella se encuentra en el núcleo de cada experiencia y se vive a sí misma a través de todos sus detalles. Sin juicio, sin nombre, sin pretensiones, sin futuro ni pasado, todo le es íntimo y a todo le ofrece su espaciosidad.

Como el sol, que ofrece su luminosidad, su cálida permisividad a todo lo que acontece y, al mismo tiempo, todo es penetrado de su inagotable vitalidad. Usando esta imagen podríamos decir que el sol lo siente todo como suyo, todo lo abraza como parte de sí. Al no juzgarlo, al vivirlo sólo en la instantaneidad del presente, ese sentir no es un medio para nada, sino una pura expresión de intimidad, abrazo y reconocimiento de lo que es.

El yo separado, cuando experimenta sufrimiento emocional reflejado en su cuerpo, lo juzga como indeseable y se aparta automáticamente de él, pues sentirlo parece conectarlo con su mayor temor, dejar de ser alguien, como si las sensaciones que percibe fueran una amenaza a su imagen tan precaria.

Al alejarse del cuerpo por temor, se produce una escisión, más separación… Se refugia en la mente pensante para razonar, buscar explicaciones, tratar de arreglar o solucionar. Y el cuerpo, al quedar deshabitado, ya no puede ser lo que es, un instrumento del ser para expresar su melodía, su luz. Al perder el contacto con la vida que se expresa a través del cuerpo, éste se contrae, se rigidiza y esta experiencia sostenida no le facilita ser permeado por la dulzura del ser, por la fluidez del amor.

Es por esto por lo que se nos invita a sentir, a quedarnos, a abrazar, a permitir las sensaciones sin juzgarlas. Para restablecer la unidad que la mente parece impedir cuando nos dejamos guiar por ella y nos alejamos de la experiencia.

Pero si es ella, la mente separada, la que se queda a sentir para dejar de sufrir, se trata de nuevo de un gesto mental apoyado por la precaria voluntad del ego, al que este gesto sirve una vez más.

No, sentir no es algo que yo hago como personalidad. Dar espacio no es algo que yo pueda hacer como personaje, pues desde esa identificación, no hay espacio en mí. Aunque a veces, usando la indicación de dar espacio, lo entienda “a mi manera” como un modo de poner distancia, alejarme, evadirme… Y esto pueda parecer incluso muy espiritual.

Comprendámoslo bien: estas indicaciones no son para la persona. De seguirlas desde ella, sólo la perpetuaríamos en sus infructuosos intentos de sobrevivir, cada vez más rebuscados y complicados.

Sentir es simple, natural, está siempre dándose. Igual que dar espacio: es lo que está siempre haciendo la consciencia que somos… Ambas son expresiones naturales del amor que es nuestra naturaleza profunda.

A lo que se nos invita es a reconocerlas. “Siente” significa: hazte consciente del sentir natural de este instante, está sucediendo… No tienes que hacer nada, sólo reconócelo. No te vayas a pensar sobre ello… siente la amabilidad y permisividad que acoge y abraza lo que aparece y desaparece, incluyéndolo todo. “Da espacio” significa: date cuenta de la espaciosidad siempre presente, ahora mismo. Si dejas de engancharte en tus juicios, notarás la permisividad sustancial que es tu naturaleza. Es la realidad que subyace a todo juicio, a todo acontecer.

Es más simple, es más fácil… es la suprema naturalidad. Sólo reconocer, sólo enamorarnos de la natural sensibilidad del ser, fascinarnos en esa apertura permisiva que siempre es y lo ilumina todo.

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