Hace unos momentos, fundida en la clara luz del amanecer,
abrazada por el aliento fresco e inocente de la mañana,
descansaba una vez más en el hogar del Corazón.
En mi hogar.
Y surgía ese anhelo de permanecer siempre ahí,
de no abandonar ese cálido espacio olvidándome de mi ser.
Una voz de niña, que parecía dirigirse al amado de su alma,
lo expresaba: ¡No te vayas!.
Emoción, anhelo, cansancio de tanto abandono de lo verdadero…
Quiero vivir siempre contigo
-decía dirigiéndose a esa amorosa presencia
que me envolvía y penetraba-.
Y en el cálido silencio, comprendí que esa voz,
que parecía surgir de mi pequeña identidad era la misma que me respondía:
No te vayas, quiero vivir siempre contigo, permanece en mí.
Sí -respondía desde mi abrumado yo-,
pero me pierdo, me olvido, dándole importancia a tantas cosas que absorben mi atención… ¡Llámame, no me dejes perderme!
Y, de nuevo, desde la entrañable voz de mis adentros
advino más comprensión:
Te llamo constantemente. Todo es mi voz. Todo es mi llamada, en todo vivo yo. Encuéntrame a través de todo. En todo vibro, en todo respiro.
No sólo en las formas bellas, en la límpida luz del amanecer,
en los rostros hermosos o las sonrisas de placer…
Tus sensaciones dolorosas, tus abrumados sentimientos, tus pensamientos desbocados
las situaciones que te inquietan…
son mi llamada: ¡Atiéndeme!
Soy la Vida buscando tu presencia.
No te vayas, quédate.
No te dejes engañar por mi forma.
No pertenezco al mundo de las formas,
aunque todas me contienen y me expresan.
Abrázame, yo te llamo a través de todas ellas.
Tan sólo… escúchame.
Ve más despacito, baja el ritmo.
Siente el Corazón y descansa en él.
Desde ahí escucharás la llamada,
en cada instante, a fundirte conmigo,
a no separarte de tu ser.