Una persona no es una cosa o un proceso, sino una apertura a través de la cual se manifiesta lo absoluto. (Martin Heidegger)
Nuestras relaciones con el mundo, al creernos entidades separadas de la totalidad, suelen ser decepcionantes. Ya se trate de personas con las que queremos estar, cosas que deseamos poseer, conocimientos a los que queremos acceder, alimentos que deseamos comer, situaciones en las que deseamos encontrarnos…, al asociarnos con todo ello con la esperanza de sentirnos más completos, la decepción sobreviene tarde o temprano.
Evidentemente, los objetos con los que nos relacionamos pueden mostrarnos momentáneamente reflejos de eso que anhelamos, de ahí la atracción que sentimos. Pero si los consideramos separados de su fuente, enseguida constatamos que su fluir se agota, pues por sí mismos, no tienen capacidad de ofrecernos nada de modo consistente.
Como ejemplo, acerquémonos a las relaciones con otras personas. Tal como son concebidas normalmente, están al servicio de la separación que tratan de superar. Parece chocante, ¿verdad? Mirémoslo bien. La búsqueda de acercamiento a otros seres humanos surge con frecuencia de una sensación de aislamiento o soledad que intentamos evitar. Sentirnos separados es una percepción totalmente artificiosa y antinatural, ya que sólo existe la unidad. Desde el dolor que supone tal disfuncionalidad, buscamos relacionarnos para paliar el malestar y el aislamiento que sentimos. Pero claro, desde esa base, nada puede prosperar. Al enfocarnos en algo o alguien que pueda llenar o aliviar ese extraño vacío, esa soledad tan dolorosa, nos alejamos aún más de la consciencia de lo que somos, pura vida completa y conectada con todo.
Ineludiblemente, tarde o temprano, experimentaremos la frustración y el vacío que tal abandono supone. La separación que tratábamos de paliar, se sentirá aún más intensamente. Estas experiencias aparentemente tan decepcionantes, sin embargo, si sabemos aprovecharlas, son una oportunidad única de volver a lo esencial y descubrir la presencia que somos y que nunca nos abandonó. Aunque rechazadas por el ego, esconden en sí una fuente de profunda nutrición y comprensión.
Nada con lo que nos relacionemos en el mundo de la forma podrá jamás colmar nuestro anhelo de conexión o de unidad mientras sigamos abordándolo desde una concepción disminuida de lo que somos y de lo que esos objetos son. Evidentemente, mientras sigamos identificándonos con un yo carente, sólo veremos objetos carentes y limitados de los que, aun así, trataremos de extraer unas migajas que nos decepcionarán una y otra vez.
La única relación real surge del corazón, es decir, de la consciencia que reconoce en cualquier objeto (persona, situación, alimento…) la vida que lo sostiene, más allá de su forma o apariencia.
La verdadera unión o el verdadero amor son posibles cuando no nos enfocamos en la apariencia de las personas a las que amamos, sino en la esencia de la que surgen y que se expresa a través de ellas. Esa es la realidad que compartimos y en la que siempre estamos unidos.
Encontrarnos desde esa apertura supone, simplemente, habernos descubierto como ella. Sólo si me conozco como amplitud, como la presencia que soy, podré ver esa presencia en todo. Será natural acercarme a un ser humano o a cualquier cosa y elegir con qué me quiero relacionar, con su aparente solidez o con la esencia que lo vive. Por expresarlo con una imagen, puedo decidir si me quiero relacionar con la lámpara o con la luz que se irradia a través de ella.
En realidad, la luz que irradia desde ti es la misma que lo hace desde mí, y desde esa perspectiva, nunca nos hemos separado. Me gusta usar también la imagen del sol y sus rayos. Podríamos considerar que cada ser humano, cada criatura, cada experiencia, no son sino el disfraz de esa luz que se expresa creativamente a través de infinitas formas. Son éstas las que parecen separarnos, aunque en realidad, están hechas de la misma esencia luminosa que se modula constantemente, apareciendo y desapareciendo.
Si nos acercamos a otro ser humano desde esta íntima comprensión, sabiéndonos expresiones creativas de la misma fuente, lo que surge es una actitud de apertura, respeto y profunda curiosidad. Se trata de ver más allá de lo aparente, de descubrir esa luz que es la constitución última de todo lo que percibimos como separado. En ella no hay división. Sólo hay unidad.
Lo que experimentemos en cada instante no puede ser controlado. Y, muy seguramente, atravesaremos fases en las que viviremos aparentemente lo más opuesto a esta profunda comprensión. Surgirán, sencillamente, todos los obstáculos que hemos superpuesto a la simple realidad: temores, dolor, resistencias, juicios… Todo ello pidiendo ser también vivido, incluido en la consciencia del corazón, abrazado, comprendido, entregado y disuelto en el amor.
Cada encuentro con alguien nos brinda así una nueva posibilidad de nutrición, si nos unimos a la presencia que somos. Se nos ofrece un regalo fascinante: encontrarnos en el presente, sin recurrir a recuerdos ni expectativas, sin buscar o negar nada, sintiendo en profundidad, incluyendo todo lo que aparece (emociones, sensaciones, pensamientos) como alimentos potentes, poderosos estimulantes de nuestro despertar.
Fragmento del libro “La abundancia está servida”, Editorial Sirio.
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