A veces queremos, en momentos como los del inicio del año, que sucedan cosas nuevas en nuestra vida. Formulamos intenciones, elaboramos peticiones, damos rienda a nuestros deseos y nos proponemos cambios por los que apostamos con nuestra mejor voluntad. Nos ponemos manos a la obra convencidos de que, con un poco de esfuerzo, vamos a soltar de un plumazo la pesadez de lo conocido.
Es posible que nuestras peticiones de Año Nuevo sean ahora más espirituales o sutiles. Quizás ya nos hayamos dado cuenta de que las cosas o consecuciones materiales no nos llenan y nos propongamos cambiar nuestros patrones, ensayar nuevas actitudes, ser conscientes, vivir en el presente, estar llenos de alegría, no enfadarnos, no cultivar pensamientos de temor, mantener la calma, abrirnos a la abundancia…
Y, sin embargo, puede que pronto empecemos a decepcionarnos… las cosas no parecen reflejar en seguida nuestras ansiadas expectativas. Henos aquí, ya en los primeros días del año, repitiendo historias que no creíamos que volverían a darse, inmersos en actitudes que pensábamos que desaparecerían, intentando ser amables sin conseguirlo, sintiendo ansiedad en las mismas situaciones… y peleándonos con nosotros mismos quizás por haber “fallado” de nuevo, tratando de corregirnos ante la frustración de seguir experimentando lo que ya no queremos.
¿No será que, aunque hayamos cambiado los objetos que deseamos por otros más espirituales, nos seguimos moviendo en la misma perspectiva, la de buscar algo en el tiempo?
Quizás, inmersos en la inercia de pedirle cosas al universo, a la vida, al año nuevo… aún no se nos ha ocurrido plantearnos… ¿Y yo, qué le doy a la vida, al año nuevo? Y más concretamente: ¿Qué le doy a este instante, siempre nuevo, el único en el que estoy viviendo? Es aquí donde puedo darme, es ahora mi año nuevo.
Desde nuestra vieja perspectiva condicionada, pedir es lo que sabemos, ya que hay una implícita sensación de carencia que nos mueve a buscar llenarnos como sea, esforzándonos por ello. Queremos que pasen cosas o que dejen de pasar otras, para sentirnos contentos, realizados o llenos.
Pero… ¿y si lo realmente nuevo fuera ofrecer a lo que pasa una nueva perspectiva, la del cielo? Sí, esa que le ofrece el sol a cada momento: total presencia, amor, aceptación. Incluso darles a esos frustrantes intentos de cambiarnos por dentro, lo que en realidad necesitan: el amor de sabernos completos, de no depender de que las “cosas” cambien. Estas son hijas de un condicionamiento que no siempre sabemos ni podemos controlar con nuestros voluntariosos intentos.
El miedo, la frustración, el desconsuelo, el vacío, el desamor, la soledad o la tristeza, la torpeza de nuestros intentos, el dolor de no conseguirlo… no están pidiendo más esfuerzo, no están pidiendo corrección ni censura. Quizás sólo esperan una nueva respuesta, una nueva mirada, quizás sólo anhelan Amor.
No el amor meloso de la sentimentalidad aprendida, sino Amor radical, una nueva perspectiva. Un SÍ total a la vida, sea cual sea la forma que tome. Presencia incondicional, que abraza con ternura cada instante, incluyendo nuestros “fallidos intentos”. Ese Amor es lo que somos y no depende de ninguna modificación ni consecución en el mundo de la forma para darse en abundancia. Cada momento es una oportunidad para derramarse, secando con su calidez la lágrimas de la impotencia, suavizando y envolviendo la dureza de la mente que exige cambios en las formas sin nunca cuestionarse a sí misma.
Ese Amor no juzga: contempla los juicios en su insubstancialidad, dejando que se muevan como hijos de una vieja mentalidad.
¡Qué alivio, quitarnos de encima el peso de tener que conseguir que las situaciones o experiencias cambien para sentirnos plenos! ¡Qué descanso, poder permitirnos que las cosas sigan aún moviéndose como lo hacen sin tener que regañarnos ni regañarle al mundo por ello! O, si el regaño sucede, ofrecerle también a él el abrazo que necesita sin saberlo…
Quizás sea ya tiempo de comprender que los verdaderos cambios que anhelamos no tienen que ver con las cosas que pasan (incluyendo en ellas lo que pensamos, sentimos, hacemos o decimos).
Quizás sea ya el momento de dejar de pedir que sucedan cosas en el Año Nuevo y decidirnos a darle a todo lo que sucede una nueva respuesta, la que está esperando desde el inicio de los tiempos. La respuesta que, precisamente, no requiere tiempo y que siempre estuvo disponible en nuestro corazón: AMOR, no separación, abrazo, espacio, intimidad en nuestros adentros… el poderoso cambio de perspectiva que aguardaba en silencio.