¿QUÉ DESEAS RECIBIR?

¿Te imaginas que recibir eso que anhelas fuera tan sencillo como dedicarte a darlo?

Quizás hemos leído u oído esto alguna vez y nos ha llamado la atención. ¿Cómo puede ser? Parece una incongruencia: ¿cómo puedo dar lo que no tengo? Si lo tuviera, no lo desearía… Así razona la pequeña mente que identifica el dar o recibir desde su perspectiva, limitada al mundo de los objetos perceptibles, las formas. Desde ahí, claro, si deseo algo es porque me falta y no podré darlo hasta que lo reciba.

Sin embargo, hay otra perspectiva, la de la profundidad, la del Ser único e ilimitado que somos en esencia. Pura abundancia, infinitas posibilidades, amor y luz sin fin.

En lo profundo, ya somos eso que anhelamos. El deseo que aparece en la superficie es la señal de que hemos perdido el contacto con esa amplitud y necesitamos recordarla de nuevo. ¿Y qué mejor manera de actualizarla, de sentir su presencia, que ofreciéndola?

Sirvamonos de un ejemplo: imagina que surge en ti el anhelo de ser reconocido, valorado en tu genuina naturaleza, deseas que los demás se den cuenta de tus dones y reparen en tu luz. Ese deseo que surge en la mente del pequeño yo, la diminuta personalidad con la que nos identificamos, necesita ser mirado un poco más de cerca. Si nos damos cuenta, con frecuencia, lo que se desea es que ese reconocimiento nos sea ofrecido por seres humanos a los que quizás consideramos menos valiosos. O bien que ese reconocimiento (no importa quien nos lo dé) nos haga sentirnos especiales, quizás más especiales que otros. De hecho, como bien se explica en “Un curso de Milagros”, el deseo de ser especial supone que necesito que tú no lo seas, o al menos no tanto como yo, para que me puedas considerar así. ¿Te das cuenta?

Es decir, deseamos una incongruencia: que el mundo me dé a mí lo que yo le niego a él. Que me aplaudan “otros” para los que yo debo tener más valor del que le doy a ellos. O si los que me reconocen son valorados por mí, del mismo modo es incongruente esperar que ellos me den algo que yo mismo no me estoy dando: valoración o reconocimiento. La misma consideración que tengo de ellos como seres “más especiales que yo”, ya es conflictiva. Este tipo de incoherencias sólo pueden ser sostenidas por una mente tan disfuncional como la del yo separado, cuya tarea es buscar en el mundo lo que cree que le falta para sentirse completo. Pero la Vida es pura congruencia y no entiende de confusiones… Por eso nos cuesta tanto a veces realizar lo que anhelamos.

Cuando nos damos cuenta de esto, quizás nos sintamos invitados a ir más profundo, a ver a los demás en su verdadera compleción, su naturaleza verdadera. Y es posible que el condicionamiento de percibirlos en su limitación o engrandecidos ante nosotros aparezca entonces con fuerza. Los juicios y la historia que tenemos sobre esas personas, las imágenes que nos hemos hecho al mirarlas desde esa reducida óptica se nos muestran de modo muy llamativo, instándonos quizás a que sigamos aferrándonos a ellas, sin ver más allá. Quizás lo que nos molesta de nuestros familiares y conocidos se nos haga más desagradable que nunca: ¡justo ahora que queremos considerarlos en su divinidad! O quizás nos veamos a nosotros mismos más reducidos que nunca al compararnos con aquellos que consideramos especiales.

Por un lado, es natural esta resistencia a salir de lo conocido, que nos da seguridad; no hemos aprendido a ver de otra manera. Pero además, resulta que el pequeño yo no puede emprender tal tarea. Su perspectiva es estrecha y se resiste, cree que para ello tiene que hacer mil esfuerzos que le desbordan.

No importa, el camino ha comenzado y ya no tiene vuelta atrás. Sólo hay que comprender que nos pide salir de la perspectiva del esfuerzo, del yo hacedor que quiere adjudicarse algo tan alejado de sus posibilidades.

Es más sencillo y más profundo a la vez. Más que de un esfuerzo, se trata de relajar nuestros intentos, de permitirnos descansar en el Hogar interior mientras los observamos moverse. Se nos invita a respirar y a soltar nuestros conceptos, a hundirnos dulcemente en nuestro propio espacio oceánico, aprendiendo a contemplar desde ahí el surgir de las olas de nuestra experiencia: los gestos, las palabras, las actitudes de los demás son exactamente lo mismo que las nuestras, olas que aparecen por momentos en la superficie del mar. Surgen para ser conocidas desde la profundidad, no aisladas de ella. Quieren ser comprendidas como lo que son: expresiones momentáneas y originales de la consciencia una. No definen para nada a una persona ahí afuera, buena o mala, merecedora o no de amor.

Contemplar así lo que experimentamos en nuestros encuentros humanos supone, en realidad, reconocer la divinidad escondida de cada criatura, más allá de su apariencia. “Decido contemplarte como eres. No me quedaré atrapada en esta imagen que mi mente automática genera sobre ti. Quiero verte surgiendo de la misma amplitud que yo, compartiendo la misma esencia. Te reconozco.”

Imagínate que vamos familiarizándonos con este descansar en la serena espaciosidad de nuestro corazón y que vamos aprendiendo a ver surgir las experiencias desde ahí, como lo que son: expresiones momentáneas de la consciencia.

El reconocimiento que creíamos necesitar, lo estamos dando. Los demás ya no son personajes aislados de la totalidad, de los que buscamos o esperamos algo: son esa totalidad con nosotros, y así los consideramos.

¿Dónde quedará entonces nuestra necesidad de reconocimiento? Tal vez ya te has dado cuenta:

esta contemplación de los demás te sitúa naturalmente en tu verdadero lugar. Ya sabes lo que eres, pura amplitud. Te reconoces y, desde ahí, reconoces todo como lo que es. Y es muy posible también que empieces a experimentar que “ellos” empiezan a reconocer de forma natural tu divinidad, aunque ya no lo estés necesitando en absoluto.

Ahora puedes explorar en profundidad otros deseos, además de este que hemos contemplado como ejemplo. Si buscas amor, sé ese amor que buscas. Si es la abundancia, vive desde esa consciencia, ofrécela al mundo…

Toda una aventura a la que estamos invitados. La magia está servida.

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