“Me siento insuficiente”, “no estoy a la altura”, “no soy capaz”, “no merezco”… Pensamientos como estos, que subrayan nuestra inadecuación, comparaciones que nos dejan en un lugar disminuido con respecto a otros, recorren nuestro espacio interior suscitando un sentir contraído e inseguro con el que nos movemos por un mundo que nos resulta amenazador desde esa limitada perspectiva.
Son los pensamientos básicos de esa falsa identidad con la que nos confundimos y que llamamos el pequeño yo, esa versión reducidísima de lo que somos. Subyacen a su agitada búsqueda de medios con los que validarse o sentirse, por fín, “alguien”.
Atormentado por esa sensación de insuficiencia trata de superar con su hacer su supuesta incapacidad o inferioridad congénitas. Se impone metas, trata de superarlas con esfuerzo – a veces maltratándose-, lucha denodadamente para conseguirlas invirtiendo en ello energías preciosas. Se compara y se critica mucho en el camino, haciendo depender de sus logros ese posible subidón de su precaria autoestima al final del camino.
El mundo que vemos está organizado precisamente para apoyar ese movimiento con una filosofía de autosuperación y competición, instándonos a fijarnos metas que, una vez alcanzadas, nos sacarán de ese estado insoportable de contracción en el que vivimos. “Inténtalo de nuevo”, “Tú puedes”, “Tienes que conseguirlo”, “Piensa en positivo”, “No te rindas”, “Sólo es cuestión de voluntad”, “No te quedes atrás”, “Tú vales mucho”, “Si otros pueden, tú también”… Bajo esta supuesta motivación, nos embarcamos en aventuras a veces muy dolorosas y cansinas que nos agotan.
Y no estoy diciendo que estas frases que nos estimulan a dar lo mejor de nosotros mismos sean deleznables. Expresar todo nuestro potencial es nuestro mayor gozo, pues nos pone en contacto con la fuente inagotable de creatividad, poder y posibilidades que nos sustentan y que son nuestra verdadera naturaleza. Sin embargo, como vamos a contemplar ahora, al creernos separados implícitamente de esa Fuente y considerarnos independientes de ella, no nos damos cuenta de que la energía que se pone en juego en estas consecuciones no es personal, no brota de esa pequeñez con la que nos hemos confundido, procede del todo, de la vida infinita que somos. Sin embargo, nos adjudicamos lo alcanzado como un logro personal que parece reparar nuestra precaria imagen. Si personal es el argumento que subraya nuestra insuficiencia, personal sigue siendo también la conclusión que extraemos cuando conseguimos esa superación: “Lo he conseguido, por tanto, valgo.”
¿Miramos esto mas de cerca?
El presupuesto básico: “No soy suficientemente bueno” necesita ser revisado. En cuanto aparece en nuestra consciencia o percibimos un pequeño atisbo del mismo, nos apresuramos a ocultarlo o a amortiguar el sentimiento de contracción que automáticamente genera lanzándonos a la acción o distrayéndonos.
Hoy te propongo algo muy diferente: Míralo, permítele estar ahí y siente lo que sientes al creerlo. Nota tu cuerpo y tu modo de respirar, siente tu pecho y tu abdomen cuando te dices o crees: “No soy suficiente”, “No estoy a la altura”… Explora cualquiera de sus variedades, esas que son más familiares en tu monólogo interior.
Y ahora, pregúntate: ¿Es verdad que no soy suficiente?
Es muy posible, que, desde esa contracción que experimentas surja un tímido y resignado: “Sí, es verdad”.
Déjalo estar.
¿Sabes? Tienes razón. Es totalmente cierto: “No eres suficiente”
¿Esperabas que te contradijera y te convenciera de lo contrario?
¿Esperabas que te ofreciera argumentos que te levantaran un poco el ánimo, como tantas veces tú mismo o tus amigos han tratado de hacerlo?
¿Esperabas que te invitara a revisar tu lista de logros y cualidades para que te dieras cuenta una vez más de que también hay “un lado bueno” en ti?
¿O quizás te hubiera gustado que te animara motivándote en la consecución de tus objetivos, esos que a veces ya te pesan, asegurándote que, una vez logrados, tu sentimiento de disminución desaparecería?
No. Hoy estoy aquí para algo muy diferente, para decirte que tienes razón. Estás en lo cierto, pero sólo desde la perspectiva desde la que te estás percibiendo.
Eres tan insuficiente como sería una ola que se ha olvidado del océano del que surge y la sustenta y se siente perdida sin saber dónde apoyarse. Estás tan en lo cierto al sentirte pequeño como lo estaría una nube que sólo se mira a sí misma ignorando la azul inmensidad que la sostiene y la constituye.
Esa insuficiencia que te abruma no forma parte de tu verdadera naturaleza, en absoluto, sino de tu creencia en tu autonomía, en la ilusión asumida de estar separado de tu fuente. Como la pequeñez de la ola no está basada en su esencia auténtica (agua), sino en su identificación con una forma provisional que considerara aislada del océano.
Sólo al obviar esa unidad indisoluble con el todo experimentamos limitación. Reducidos a una estrecha forma corporal que parece definirnos, nos encontramos en un estado tan alienado de la realidad que no lo soportamos, pues en nuestra intuición profunda sabemos de nuestra verdadera identidad infinita, sin límites.
Y pasamos nuestra vida evitando sentir el malestar que genera esa falsa percepción por todo tipo de medios y actuaciones. Otras veces, al ser tan intensa la credibilidad que le damos a esa supuesta pequeñez, terminamos aceptándola y preferimos acomodarnos en ella, eludir el esfuerzo que hacen otros y seguir quejándonos. Nos acostumbramos a sobrevivir desde esa limitación amortiguando como podemos el sufrimiento que conlleva el sentirnos separados y pequeños. No nos damos cuenta de que la disminución que estamos asumiendo sólo es es cierta desde donde la estamos mirando, desde la misma disminución.
Hoy sólo quería invitarte, invitarme, a mirar un poco más profundo. Llamarnos a la honestidad, a permitirnos no reaccionar inmediatamente a ese ancestral sentimiento de contracción, derivado de habernos creído separados de nuestra Fuente. A mirarlo, a no evitarlo, a asumir sus consecuencias. A ser la consciencia amplia que contempla todo el paisaje y a reconocernos como ella en esa contemplación.
Desde nuestra unidad con la Vida somos todopoderosos, pero no de modo personal, como tienden a hacernos creer las corrientes de autosuperación basadas en explorar la valía de un yo autónomo y hacedor. Tratando de ensancharlo, de engrandecerlo esforzadamente, terminan agotándolo. Y está bien que esto suceda. Está bien llegar al fondo y apurar los efectos de de haber asumido la falsedad. A veces, sólo así nos decidimos a mirar.
Y esa mirada lo contiene todo. Es la mirada que sólo surge del contacto con la verdad.
Somos ola, pero también océano y, sobre todo, agua. ¿Por qué quedarnos fijados en una forma provisional que adopta nuestra verdadera naturaleza esencial y considerarla aislada? Hay otra opción: aún viviendo sus modulaciones, amándolas, podemos disfrutar de esa vida inmensa que se está expresando a través de ella.
Todo lo que nos rodea como formas son, en sí, poca cosa, algo insuficiente, como nuestra misma manifestación. Por eso no nos satisfacen ni estamos satisfechos con nosotros con frecuencia.
Sólo necesitamos un movimiento: el de la integridad. Saber y sentir que cada expresión de la existencia no es nada sin considerar su origen, su sustancia, de la que está íntimamente saturado: la Vida Una, nuestra consciencia oceánica, que sostiene nuestra forma de ola provisional.
Desde esta consciencia, todo es posible: “todo el poder nos ha sido dado”.