La vida del pequeño yo, esa identidad separada con la que nos confundimos, está basada en la resolución o evitación de eso que llama “problemas”. Aunque afirma no desearlos y trata de eliminarlos para, por fin, “estar bien”, los alimenta y recrea constantemente, dándoles su atención y sus energías. Y no puede ser de otra manera, pues es en esta dinámica hacedora como se mantiene a sí mismo vigente. Sin ellos, desaparecería. Sin resistencia a la realidad, se agota la trama de la película.
Por ello, su atención se mantiene enfocada en lo que ocurre a su alrededor o en sí mismo. Al juzgarlo como inadecuado, sufre y, no soportando ese malestar, se ve inmediatamente impelido a “arreglarlo” para apaciguarse. Y esto sigue siendo así ineludiblemente por mucho que nos contemos que queremos eliminar los problemas para conseguir, por fin, descansar.
En realidad, la mente que los crea quiere seguir vigente, experimentarse fuera de su paz natural, vivir la aventura de ir por su cuenta y para ello, necesita resistirse a lo que es.
Sólo cuando hemos llegado a cansarnos de esa dinámica de ir contracorriente, de generarnos una ficción indeseable que tratamos de perpetuar, admitimos, agotados, que debe haber otra manera de existir. Y, quizás entonces, empezamos a retirar la atención del mundo de la forma, al que habíamos dado tantos significados hirientes y a sumergirnos en el océano entrañable del Ser, la fuente de vida que somos y en la que nos sentimos completos, íntegros, intensamente vivos.
Ya no surge el impulso de ir a solucionar eso que llamamos problemas, desplazándonos y abandonando nuestro hogar, sino que todos son acogidos en el Corazón, la amorosa presencia que somos. Desde esa contemplación, pierden toda su aparente realidad y comprendemos que nunca hubo muchos problemas, sino uno solo: haber olvidado la luz que somos, confundiéndonos con una pequeña entidad necesitada que buscaba completarse torpemente en un mundo ilusorio.
¡Qué alivio tan anhelado! ¡Lo buscamos tan torpemente solucionando dificultades en el mundo de la forma! La solución, la única solución, estaba aquí, en la apacible Presencia olvidada, en el espacio amoroso que siempre nos invita a sumergirnos en él, a descansar y fundirnos en su abrazo, limpiando nuestra mirada del velo que nos impedía contemplar la intrínseca perfección que late bajo toda apariencia imperfecta, el inmenso amor que es la sustancia de LO QUE ES.