MI DESTINO ES ESTE INSTANTE

Mi destino es este instante.

¿Cómo puedo saberlo?

Está sucediendo y nada en el mundo puede cambiar lo que ahora mismo ya está aquí.

Ya he llegado a mi destino, estoy llegando constantemente.

Mi destino, ahora mismo, es estar escribiendo estas líneas mientras escucho el sonido del pulsar en el teclado, el rumor de las ramas de los árboles movidas por el viento y el sonido de este coche que pasa… ya ha pasado.

Mi destino es esta pequeña desazón que siento en el plexo solar al saber que mi ordenador se acaba de estropear (estoy escribiendo en el que me acaban de prestar después del incidente). Me detengo al notarlo, sintiendo cómo mi respiración, que se había contraído, va expandiéndose un poco más. Mi pecho se abre y surge la disposición a seguir escribiendo. Mi ritmo al teclear se ha hecho más lento, como respondiendo a una invitación íntima: “saborea esto”.

Respirando más despacio, me veo inmersa en el sentir de mis dedos que se mueven al ritmo de lo que quiere ser escrito. Este momento es mi destino, en el que me siento llevada a presenciar más y más matices de esta inmensa amplitud oceánica en la que parece que desaparezco como algo separado.

¿Qué es todo esto sin un “yo” que se separe para juzgarlo, preferirlo, rechazarlo u opinarlo?

Un constante SÍ es el gesto fundamental del universo. Sí, esto es ahora mi destino. Si lo acepto, si me abro y dejo que su vitalidad me invada hasta desaparecer como hacedora, ¿qué queda?

Da miedo, sí. Da miedo no saber.

¿Y ahora.. qué?

Vida y más vida, circulando por doquier…

Ahora llegas tú y lo que dices, despierta tensión en mis adentros. Un pensamiento se mueve juzgando la noticia y mi cuerpo se hace eco, contrayéndose un poco en el pecho. Esto es mi destino también. Ya están siendo vividas estas olas que se han precipitado de pronto: tu voz, los gestos de tu rostro, la frustración de no escuchar otra cosa que preferiría, la tensión que reduce mi respirar, haciéndolo casi imperceptible… Más y más olas que contemplar, corrientes que atraviesan este instante en una danza imprevisible, devolviéndome, si así lo acepto, al fondo del que surgen al contemplarlas.

Qué libertad saber que, cuando hablas ahora, no podrías hacerlo de otro modo ni decir algo diferente de lo que estás diciendo… Que tus palabras brotan como la expresión perfecta de lo que en este momento se quiere expresar, así como mi reacción automática ante ellas y todo movimiento que se despierta en este paisaje que llamo mi cuerpo. Sí, libertad suprema saber que no es mi función arreglarlas, soportarlas, resistirlas o cambiarlas… salvo si, de nuevo como expresión del fondo, esas nuevas oleadas surgieran para ser vividas. Sólo vivenciarlas, sentirlas agitarse en mis entrañas, observar las alternancias tormentosas de la mente parlante… sin tenerme que enganchar en ellas invirtiendo una energía preciosa girando en torno a algo que me separa de mi hogar.

Querer que las cosas sucedan de modo diferente a como están ya sucediendo es doloroso y cansino, pues me sitúa en una perspectiva muy reducida e imposible de controlar desde ella misma. Prefiero usar lo que sucede para recuperar la perspectiva que tenía tan olvidada, el descanso en la profundidad. ¡Qué libertad! Dejándome atraer por el fondo del océano, que todo o contempla, descanso aliviada en los brazos de la paz.

¿Eso significa que no actuamos, que nos quedamos inactivos ante todo lo que aparece en la experiencia, aguantando situaciones degradantes o que renunciamos a nuestra creatividad?

¡NO!

No significa nada, pues sólo se trata de este momento. Asumir este instante como mi destino no es resignarme a ninguna situación en el tiempo que pueda ser definida por la mente. Es mirar con claridad lo que ya está aquí y ya ha sido aceptado por la vida, vivirlo en profundidad en todos sus matices, y, desde esta acogida amorosa, dejarnos mover hacia lo nuevo que aún no conocemos. Pero aceptando esa fusión que no huye de la vitalidad escondida en el océano del presente, surgimos renovados para abordar la nueva ola. Ésta podría tomar la forma de una decisión radical, poderosa y coherente de rechazo consciente a una injusticia o un maltrato. O podría aparecer como una estimulante inspiración creativa para realizar desde esa comprensión con entusiasmo.

Pero si no asumimos nuestro destino presente en este instante o lo rechazamos, nuestro próximo destino se verá privado de la vitalidad que necesita para expresarse.

No necesito hacer muchas más disquisiciones sobre la libertad y el destino en términos abstractos si comprendo algo mucho más simple y accesible: mi destino es este instante. No puedo cambiar su contenido, sobre eso no tengo libertad. Ya está sucediendo ineludiblemente, las olas se están moviendo exactamente como lo hacen. Pero sí puedo elegir desde dónde vivirlo, aunque esta posibilidad, en último término, también sea orquestada por la Vida. Pero como concesión a mi actual perspectiva en la que aún me percibo como un “yo” con una cierta autonomía, puedo elegir entre estas dos opciones:

La primera sería rechazarlo, resistirme, evadirme, anticiparme al siguiente o volver al pasado mentalmente. Sufrimiento asegurado. La segunda, asumirlo, fundirme con él y descansar en el océano de la consciencia que contempla todas sus formas cambiantes, usándolas para reconocerme en mi esencia. Y abrirme a lo nuevo, resurgiendo con esta ola que ya está ocurriendo, confiada como una niña en la inmensa seguridad del Océano.

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