Cuando, siendo muy jovencita, descubrí el poder de vivir en comunión con en el Aliento, todo un universo de posibilidades, de potencial que había estado dormido, despertó en mí. Era como si la sabiduría a la que trataba de acceder mentalmente, se me revelara de un modo intuitivo y natural, sin necesidad de palabras. Y solamente tenía que seguirla, dejándome llevar por su fluir. Retomar la sintonía con el respirar, dejarme acompañar por él en medio de todas las tormentas, sentir su presencia incondicional, más allá de mis constantes despistes y olvidos… Dejarme ser, dejarme respirar, dejarme amar es siempre el mensaje silencioso del Aliento llamándome al Hogar.
Han pasado los años y ahora, más que nunca, me doy cuenta, de que todo lo que he ido aprendiendo desde entonces, todo el contenido de tantas escuelas de conocimiento, de tantos autores que han tocado mi alma, todo lo que he ido expresando y compartiendo, sigue estando accesible aquí, ahora, en el silencioso contacto con este aliento que constantemente nos inunda, llenándonos de vida, de consciencia, de amor. Pura simplicidad.
Somos respirados por el Aliento de Dios, en cada instante. Su vida nos nutre y nos renueva momento a momento. Sentirlo conscientemente es entrar en comunión con lo que somos, fundirnos con la Vida que nos vive… ser ella, accediendo a todos sus tesoros, que van desvelándose en lo interno cuando priorizamos este contacto que nos devuelve al océano silencioso de la existencia, donde siempre podemos descansar.