LA BELLEZA DEL CAOS

El miedo con el que vivimos al considerarnos seres disminuidos y separados nos impide abrirnos a experiencias que la mente condicionada califica de inapropiadas o peligrosas.

Podría parecer normal, pero en realidad, viviendo así, nos perdemos el gran tesoro: disfrutar de la poderosa fuente de energía que es la existencia, presente en todas las experiencias, empapadas todas de su vitalidad. Imposible entonces descubrir la consciencia abierta y libre que somos, más allá de todo condicionamiento.

Viviendo desde la perspectiva del yo separado, nuestra cotidianeidad está condenada a ser mediocre, ya que el temor a perder el precario equilibrio al que nos apegamos nos hace cerrarnos a todo aquello que podría resultar amenazante. No es extraño que este yo se sienta tan atraído por los escenarios afables y aparentemente armoniosos… Y que busque muchas veces ambientes y estados llamados “espirituales” que asocia con esa pegajosa tranquilidad que le alivia. A veces, cansado de tanta monotonía, opta por la excitación y el desenfreno. Eso sí, siendo él quien los administra, provocándolos artificiosamente y conformándose con fugaces experiencias de euforia, pasión o risas que le dan la sensación de moverse en el lado feliz de la existencia.

Declaramos que nos gusta la emoción y la aventura, pero no solemos abrirnos a ellas cuando la vida nos las ofrece de forma natural en muchas experiencias. Cuando estoy viviendo dolor, ira, miedo, impotencia… si no las nombro, si suelto todo el valor “negativo” con el que las ha cargado nuestro condicionamiento, voy a encontrarme en un paisaje aparentemente caótico, sí, pero intensamente vivo. Un paisaje que me invita a respirar, a sentir, a abrirme como una flor ante lo desconocido, a experimentar lo temido, a dejarme vibrar con sus expresiones, a entregarme a una instancia mayor, más fuerte, más poderosa que mi pequeña perspectiva de aislamiento, que todo lo abraza.

La pasión y la aventura estás servidas, dice la vida a cada instante, ¿aceptas?

“¡Nooooo! Esto no es vida! La vida que quiero es la suave tranquilidad, el cómodo bienestar de la siesta, el “jiji-jaja” perpetuos, la sensación de controlar lo que pasa…” -diría el pequeño yo asustado ante lo que no encaja en sus esquemas, en su falso equilibrio-. Su deseo de mantenerse sólo en esos estados es, simplemente, una muestra de su fragilidad y su inconsistencia.

Pero la paz verdadera que, en el fondo buscamos no encaja en esos simulacros de armonía en los que invertimos tanto. La verdadera paz abraza todas las experiencias y de ahí su realidad incontestable y su radical fortaleza. No huye del caos, sino que sabiéndolo expresión viva de su naturaleza, le abre el corazón a sus formas, a veces tensas, dolientes, incómodas o desesperadas… Todas pueden existir, expresarse.

Si aceptamos percibir el caos como un manantial de energía que toma, eso sí, formas curiosas y a veces, muy intensas… nos abrimos al poder exuberante de fundirnos con cada experiencia dejándonos empapar de su don. Nos damos cuenta de que los momentos que llamamos de “caos” son profundamente creativos y pueden enriquecer profundamente nuestra vida si los vivimos desde la confianza del corazón. Aceptando ofrecer nuestra presencia a todo, nos descubrimos siendo ella.

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