LA BELLEZA DE NO SER ESPECIAL

Una y otra vez, la vida, amorosamente, me va trayendo a casa. Tras las locas aventuras de la buscadora de otra cosa mejor; tras el cansancio de intentar llegar a otro sitio, a otro tiempo supuestamente mejor que este, extenuada de invertir mi preciosa energía en conseguir ser alguien diferente, especial… la voz entrañable de la Madre me conmueve sigilosamente en mis adentros: “Es aquí, hija mía, ya has llegado, estás en el Hogar.”

Y, una vez más acepto quedarme y descansar en este gesto, una vez más dejo que la brisa de la mañana acaricie mi rostro sin más objetivo que ser acariciada; una vez más descubro cuánta belleza esconde simplemente vivir este momento, sentir sus modulaciones, fundirme en cada contacto, en cada silencio, caminar como una humana en medio del estruendo sabiendo que esa intensidad también es Dios tomando forma de estruendo.

No hay lugares especiales, ni situaciones ideales, ni necesito ser “alguien” diferente. Abrazo mi preciosa humanidad, la sencillez de mi bostezo, los olores de este instante, los viejos patrones de temor o desaliento que a veces me visitan, como en un sueño del que ya he despertado y del que aún me llegan evocaciones o retazos. Buscan sólo mi abrazo, la acogida de mi aliento. Y me dedico a dárselo… ¡qué simple es vivir sin separarme de lo que va sucediendo!

Estoy aquí para amarlo todo y descanso en la certeza de ser guiada. No soy especial… ¡Qué cansino pretenderlo durante tanto tiempo! Soy una expresión única de la vida que se recrea en explorarse y vivirse a través de estas formas que identifiqué como “mías”, sufriendo por ello. Soy de Dios y ese es mi descanso. Y, sin el agotamiento de ir por mi cuenta, encuentro en cada instante la chispeante oportunidad de vivir creativamente lo que antes mi mente juzgaba como anodino. Todo es Vida descubriéndose a través mío, danzándose, comprendiéndose… Y ello convierte cada instante en un espacio sagrado.

Los escenarios son simples, lo inmediato es mi templo y me inclino ante cada aspecto de la realidad que consideré banal, sabiendo que es el disfraz del Dios que me respira y que juega a reconocerse más allá de las formas que, juguetonamente, va adoptando.

Y he decidido jugar todo el rato, bailar sin descanso en esta fiesta sorprendente que constantemente me despierta y me vitaliza. ¡No me quiero perder ni un detalle!

¿Bailas conmigo?

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