Algunas personas me sugieren que hable más frecuentemente de sexo. Es verdad que este tema, fuera de las sesiones terapéuticas que comparto, no surge habitualmente en mis escritos o charlas. ¿Por qué será? Quizás por la misma razón por la que, en vez de hablar de comida, comparto sobre la nutrición del instante presente. Así, en lugar de hablar de sexo, me encanta compartir sobre comunión y la presencia en toda relación con la existencia.
Tanto el sexo, tal como se entiende, como la comida, son para mí aspectos muy puntuales de lo que es la verdadera fusión con la vida o la nutrición real. Aspectos del mundo de la forma en los que se ya se invierte demasiada energía, sobredimensionando su importancia al enfocarnos en ellos intentando que nos den lo que, por sí mismos, no nos pueden dar. Maravillosos, claro que sí, perfectas expresiones de la totalidad a disfrutar, pero vacíos cuando son sacados de su contexto, aislados y considerados, en sí, como causa de compleción, equilibrio o felicidad.
El cambio de perspectiva que ocupa mi vida supone una transformación total en todos sus aspectos. La presencia lo conmueve todo desde sus raíces. Desde la percepción de un yo pequeño y separado, la verdadera esencia de las cosas se contrae y se codifica en formas muy restrictivas. Se considera, por ejemplo, que nutrirse es comer, que estar bien nutridos requiere prestar atención a los nutrientes que ingerimos y a las dosis, las horas y la frecuencia en que los tomamos. ¡Y ya está! Desde esa limitación, sólo queda invertir energía y tiempo en conseguir alimentos buenos y apetitosos para sentirnos completos. Todo se reduce al ámbito físico, con el que nos identificamos.
La nutrición verdadera, para mí, es mucho más. Podríamos decir que todo es nutrición, que la vida es una inmensa corriente nutritiva de la que formamos parte y, si no nos separamos mentalmente de ella, cada instante es una oportunidad para sentir esa plenitud que somos, esa radiante energía que nos constituye y que es constantemente estimulada y activada por todo lo que vivimos: relaciones, emociones, pensamientos, actividades, percepciones… Y, sobre todo, por la vivencia de nuestra profunda amplitud, la presencia que somos. Descansar en ella nos colma, con frecuencia hasta el punto de reducirse enormemente nuestras necesidades, esas que consideramos tan fundamentales, relativas a la comida, al sueño o al sexo…
Porque… ¿qué es el sexo? El sexo, tal como lo entendemos desde una mente separada, supone para mí, una dramática reducción al plano físico de la comunión que constantemente está teniendo lugar con la vida. Al no ser conscientes de ella, nos sentimos separados de esa fusión extática tan natural y la buscamos compulsivamente a través de rituales concretos, con personas concretas, en situaciones y formas determinadas y restringiéndola a zonas del cuerpo muy puntuales, como los genitales. Se practica con la idea de conseguir algo de lo que parecemos carecer: unidad, éxtasis, fusión, placer o simplemente… como un desahogo aparentemente necesario. La misma reducción que se produce con la nutrición al restringirla a la comida y sus rituales establecidos para sentirnos nutridos. ¿No os parece que al conformarnos con migajas quizás olvidamos que lo merecemos todo, que la plenitud que es nuestra esencia está siempre abrazándonos?
Por favor, que nadie me malinterprete. No estoy negando la conveniencia de la comida tal como se utiliza habitualmente ni el disfrute de los encuentros sexuales tal como se han practicado siempre. No estoy negando nada, todo puede ser maravilloso. La forma que toman las cosas no es lo importante para mí. A lo que estoy apuntando es a una nueva perspectiva desde la que vivir eso y mucho más: la consciencia viva que somos. Ella lo cambia todo.
Al vivir bajo los dictámenes de una mente separada, nuestro cuerpo se ha contraído reflejando sus patrones de estrés, exigencia, temor, culpa… Y así, nos hemos cerrado también vivencialmente al disfrute, a la alegría, a la abundancia, al placer de la vida misma en cada uno de sus detalles. Nuestros sentidos, usados desde esa restricción, no están abiertos a la infinita riqueza de matices y experiencia que la existencia constantemente está ofreciendo y solemos sentirnos estancados, privados de alegría y de vitalidad. Por ello, quizás se sobrevaloran las exiguas experiencias sexuales en las que, por unos momentos, nos permitimos salir de la pesadez y el aislamiento con que la mente separada impregna nuestras vidas cotidianas. Y puede parecernos que disfrutar de intimidad, placer y distensión procede sólo de esas prácticas a las que venimos recurriendo desde siempre, como desahogo de la tensión que almacenamos o como atisbo de una fusión a la que vivimos cerrados. ¡La anhelamos tanto! O, en el tema de la alimentación, al sentirnos vacíos y carentes de amor, buscamos que la comida nos consuele o calme la soledad y la ansiedad generadas por esa dramática desconexión a la que nos hemos habituado.
Sin negar nada de lo que hasta ahora ha sido nuestra experiencia, ¿no sería interesante explorar y descubrir qué pasaría con esas supuestas “necesidades” sexuales o alimenticias tan asumidas si viviéramos abiertos y presentes a la unidad con la vida en cada instante?
Para mí, no sólo es un reto, sino la más maravillosa de las exploraciones, la aventura más gozosa a la que me siento invitada momento a momento. Lo que voy descubriendo es un campo infinito de nutrición y comunión que puede conmoverme en cualquier instante. La consciencia del Corazón me invita a abrirme aquí y ahora a la infinita ternura de las sensaciones, a la sutilidad de la experiencia de tocar y dejarme tocar por la vida, a la alegría de sentir, de oír, de saborear, de oler, de respirar, de dejarme atravesar por las corrientes emocionales que me hacen vibrar y comulgar con la energía viva que somos.
Nuestro cuerpo, al servicio de la presencia, se convierte en un instrumento de comunicación con el todo, en lugar de un refugio para defenderse de él. Y, desde ahí, el banquete está servido… Todo es nutrición, todo es amor. Cada experiencia es una oportunidad para hacer el amor con la vida, con los seres que la habitan, con todas sus expresiones, sus objetos, sus emociones, con la luz, con el espacio mismo en el que todo se mueve. Todo está aquí para nosotros amándonos, nutriéndonos, abrazándonos, deseándonos.
Investiguemos amigos, exploremos… Abrámonos a ese campo infinito de posibilidades que, cuando nos recluimos en la cabeza, no podemos ni atisbar. Aceptemos sumergirnos en la vitalidad de este instante, vivamos la presencia en nuestra experiencia corporal ahora mismo y dejemos que ella, la presencia, nos guíe hacia nuevos descubrimientos. No limitemos nuestro goce a experiencias aprendidas, a rituales cansinos y estereotipados. Atrevámonos a ir más allá, o dicho de un modo más directo, a venir aquí, a la inmediatez de este instante y, en vez de buscar en la horizontalidad experiencias puntuales que alivien y desahoguen nuestra contracción, abrámonos a la vida plena que se derrama sin cesar en cada latido, en cada roce, en cada sonido, en cada respiración, en cada mirada, en cada emoción, en el espacio amoroso en que existimos… Dejémonos conmover, abrámonos a sentir… descubramos el tesoro escondido en el corazón de toda experiencia, la unidad con la vida. Para eso hemos nacido.