La única dificultad que tenemos con el amor es ésta:
intentar vivirlo desde un lugar imposible: la pequeña mente pensante.
Amar es la expresión natural de nuestro ser. Los niños nos lo muestran fácilmente: sólo con estar su presencia, nos sentimos empapados de esa hermosa energía que emana de sus gestos, de sus expresiones… Están recién llegados, surgiendo en toda su frescura del reino del amor, que es nuestra naturaleza. No se esfuerzan para ello ni se preguntan cómo hacerlo. Aún no han empezado a separarse de la vida mentalmente y esa conexión con la existencia que mantienen nos cautiva, nos resuena profundamente, como una hermosa canción olvidada que querríamos recordar y vivir.
La dificultad que encontramos más tarde para amar es que, en lugar de mantener esa fusión con la vida, de la que brota la energía fresca del amor, nos separamos mentalmente de ella, eludiendo su intensidad. Nos dedicamos a pensar y, una vez alejados de nuestro respirar, de nuestro sentir, de la realidad presente…recurrimos a un sistema de pensamiento, totalmente desquiciado, que parece querer resolver la separación que él mismo sustenta, dándonos consejos. Hermosos consejos moralizantes, muy espirituales y edificantes de los que tratamos de valernos para recuperar el paraíso olvidado: “Tienes que amar a todos”, “Tienes que ser bueno”, “Tienes que ser amable”, “Debes perdonar”…. Y lo que surgiría naturalmente del corazón se convierte en mandato, en ley, en algo que deberíamos hacer, en gestos que deberíamos practicar o sentimientos que deberíamos sentir… ¡Y eso es imposible!
Nada contradice mas nuestra naturaleza amorosa que el convertirla en una obligación. Sin embargo, dada nuestra añoranza de ese paraíso que conocemos muy bien, y perdido el contacto con su energía viva, nos dedicamos a seguir estas pautas con esfuerzo y, la mayoría de las veces, sin más resultado que la frustración y la culpabilidad de no ser suficientemente buenos o amorosos.
Como se dice en el Tao Te Ching,
“Cuando el Tao se pierde, aparece la bondad.
Cuando la bondad se pierde, a parece la moralidad.
Cuando la moralidad se pierde, aparece el ritual.
El ritual es la cáscara de la fe auténtica
y el comienzo del caos.”
Y esos actos ritualizados que se nos predican, y que predicamos, son sólo la cáscara del verdadero amor que somos y que no precisa de ninguna vía predeterminada. El amor es una fuente clara y cristalina que surge espontánea y libremente cuando, simplemente, nos unimos a ella y nos convertimos en sus felices canales, en instrumentos de su expresión genuina y siempre nueva.
Lo encontramos cuando no nos separamos de la vida mentalmente. Cuando, desde el corazón, nos decidimos a honrar, en cuerpo y alma, cada expresión de la vida presente que atraviese el campo de nuestra conciencia viva. No sólo a los seres humanos que nos rodean, sino cualquier situación, sentimiento, sensación… ¿Cómo? Viviéndola, sintiéndola, contemplándola como lo que es, una expresión momentánea de la totalidad. Por decirlo en un lenguaje más directo, al no separarnos del Vida, la dejamos empaparnos y rebosar constante y espontáneamente, llenándonos de vitalidad y plenitud.
Nada más simple, nada más accesible si realmente lo deseamos por encima de todo.