EL CONFINAMIENTO TERMINA… AHORA.

El confinamiento no terminará, amigos, por el hecho de que un día de estos nos veamos saliendo de nuestras casas y caminando por las calles.

Será estupendo, claro que sí, todos nos alegraremos de poder disfrutar de esos ambientes que nos encantan y de nuestra movilidad en ellos. Sin embargo, sinceramente creo que, mientras sigamos tan enfocados que este período termine, creyendo que con ello recobraremos la libertad perdida y todo volverá a su cauce, seguiremos atrapados en el mismo sistema de pensamiento que nos reduce por dentro. El verdadero confinamiento, el que de verdad nos hace sufrir, es otro muy distinto del que quizás aún no somos muy conscientes.

Sin darnos cuenta, vivimos confinados en un lugar muy estrecho, en nuestra mente poblada de pensamientos personales, orientados a la supervivencia de un yo diminuto con el que nos hemos identificado y que se asusta de un mundo al que considera amenazador. Vivimos recluidos dando vueltas en laberintos de pensamientos privados que generan emociones dolorosas, a las que tratamos de evitar de modos cada vez más adictivos y disfuncionales… Nos hemos encerrado en una cárcel en la que nos hemos acomodado aceptando sus pequeñas compensaciones como paliativos de la enorme represión de nuestra libertad y del anhelo de ser quien somos. Y no nos damos cuenta del confinamiento cotidiano que eso supone, al habernos habituado a modos de vivir tan alienados.

Ese confinamiento en el que hemos olvidado nuestra amplitud, nuestro amor, nuestra capacidad de ser felices sin depender de nada, sólo puede ser concienciado deteniendo esa loca carrera por los corredores de la prisión mental que nos hemos habituado a transitar.

Y ha sucedido. Aquí estamos con la posibilidad de mirar donde nunca miramos, de sentir lo que nunca sentimos, de salir de los estrechos límites de nuestros conceptos aprendidos y nunca cuestionados. Pero si en esta detención seguimos enfocados en que esto termine, en salir de nuestras casas con la creencia de que eso nos liberará del malestar que sentimos, habremos perdido la oportunidad de ser verdaderamente libres. La libertad que anhelamos realmente no es la de salir a la calle, me permito decirlo. La libertad que nos llama desde el corazón no depende de unas paredes ni de ninguna condición, relación ni actividad. Lo que verdaderamente queremos es dejar de identificarnos con esa mente diminuta y reconocer la vida que somos, amplia, abierta y profundamente amorosa.

Salir de nuestras casas será solo un alivio momentáneo si no hemos reconocido antes que la verdadera felicidad también es posible en ellas, en cada rincón de ellas, en cada instante que vivimos, independientemente de dónde o cómo lo vivimos.

La libertad es nuestra naturaleza esencial y nadie ni nada nos puede arrebatar la alegría de vivirnos libres. Y esto no son palabras bonitas ni tópicos. La posibilidad de explorarlo y descubrirlo se nos está dando en este momento.

¿Dónde está tu mente? ¿En torno a qué deambulan tus pensamientos? ¿En qué corredores dan vueltas? ¿Están esperando que pase algo? ¿Temen que no suceda algo? ¿Ansían un futuro salvador en el que por fin seremos felices o miran con nostalgia un pasado en el que pudimos serlo? Esos son los corredores del verdadero confinamiento. Míralos: ¿Quieres seguir transitando por ellos? ¿Cómo te sientes mientras lo haces? ¿Cómo se respira en tu pecho? ¿Y tu estómago, está relajado en ese deambular de tu mente que no se queda quieto?

Vengamos a la vida, por Dios, vengamos a atender el ahogo y la contracción de nuestras entrañas pidiendo libertad de esa maraña de pensamientos que la niegan y la condenan, buscando siempre otra cosa que no está aquí, despreciando nuestra inocente experiencia presente que lleva esperándonos desde tiempos inmemoriales y a la que fuimos abandonando por “falta de tiempo”.

Vengamos, vengamos más cerca, más adentro… Abracemos este instante, el único en el que la libertad es real y posible. Enamorémonos de ella, el tesoro más precioso que nada ni nadie nos puede arrebatar.

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