DISFRUTAR

Ayer disfruté mucho en el encuentro que compartimos en Madrid. Era imposible seguir un guión (al que ya renuncié hace tiempo). La Vida estaba allí, fresca, ofreciéndose en todas las miradas, las palabras, los silencios… No me apetecía nada seguir ese formato en el que alguien habla y otros que escuchan todo el tiempo. Lo que estaba apareciendo como comprensión necesitaba vivirse, encarnarse, compartirse.

Encerramos esto que llaman “espiritualidad” o caminos de consciencia en límites muy estrechos, reducidos a palabras que se dicen. Muchas veces, éstas, tras un atisbo de comprensión, simplemente se quedan merodeando en nuestro cerebro como un “sí, eso ya lo sé”.

¿Por qué nos hacemos tan serios? No lo somos, la Vida en nosotros no lo es. Para mí, eso que comprendemos busca encarnarse, expresarse en cada momento, moverse en nuestro cuerpo, estallar en carcajadas, bailarse, llorar, inundar nuestro pecho, abrirnos desde dentro.

Sí, es verdad, no somos un cuerpo. Pero saberlo no sirve de nada si no comprendemos y vivimos su verdadera función: expresar la Vida ilimitada que somos, impregnar nuestros gestos, acciones… todo lo que experimentamos, de la libertad que vamos descubriendo.

Reír, bailar, cantar, llorar, abrazar… son expresiones naturales y espontáneas de los niños, que aún no han taponado su radiante vitalidad con los programas de restricción al uso. Hé ahí la genuina expresión de eso que llamamos espiritualidad: la risa surge irremediablemente cuando van retirándose las capas de contención que la obstruían.

Sinceramente, creo que si no hay risa en nuestro vivir, algo no hemos comprendido. Si seguimos inmersos en la gravedad de nuestras dificultades, en intentos tan presuntuosos y cansinos de eliminarlas, para por fin, convertirnos en personas liberadas… algo se nos está pasando por alto. La frescura, la risa, las ganas de bailar o de abrazar, la apertura a la vulnerabilidad, la capacidad de exponernos, de abrirnos a compartir nuestra humanidad… son criterios genuinos que, si no se están dando, nos invitan a cuestionar la autenticidad de nuestra perspectiva.

Ayer no podía, de ninguna manera, sólo sentarme y hablar. Lo que estábamos viviendo en nuestro interior era intenso, sanador, profundamente liberador. Y esa energía que se desprendía del abrazo de las sombras, del coraje de decir “sí” a tantas áreas rechazadas, de los silencios… era una energía viva, radiante, que quería recorrer nuestro cuerpo, sentirse en nuestras manos, bailarse en todo nuestro cuerpo.

¡Cuánta libertad dejar que la vida se mueva risueña a través nuestro! Y así fue.

Disfrutar, disfrutar, saborear los frutos del contacto con la verdadera vida no puede sino desencadenar un impulso irrefrenable que invada cada experiencia. Hoy siento un profundo amor y agradecimiento por ese torrente de vida que nos recorrió iluminándonos por dentro. Que nuestra cotidianeidad, nuestras acciones, nuestros cuerpos, sean la expresión de la felicidad que somos.

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