Estos días en que vamos recorriendo lugares tan hermosos en la naturaleza, hay una experiencia recurrente que nos acompaña: encontrar estos parajes, que imaginábamos aislados y silenciosos, llenos de personas, grupos de excursionistas, familias, parejas… con los que nos cruzamos continuamente.
En un principio, acostumbrada a frecuentar lugares más aislados del ruido y deseosa siempre de silencio, pude observar en mí un fuerte rechazo, una decepción intensa.
Al permitirme contemplar esa emoción atentamente, noté una sensación de separación hacia todos los que me rodeaban generada juicios que me estaba creyendo: “Esto no debería ser así”, “Cuando hay más personas no puedo experimentar el silencio”, “La presencia de los demás me aleja de la tranquilidad”…
Y decidí mirar todo eso de cerca. En primer lugar, acogiendo esa emoción de frustración que surgía en mis adentros y respirando amablemente con ella. Ya más serena, empecé a observar esos juicios que daba por ciertos y a cuestionarlos con tranquilidad.
¿Por qué esto tendría que ser hoy de otra manera? Sólo esa idea ya me generaba separación y malestar, ya que la simple realidad era como era: había muchas otras personas alrededor mío.
¿Es verdad que la presencia de otras personas me impide experimentar silencio? ¡No! La presencia de otras personas, los sonidos de sus pasos o los gritos de los niños jugando… no me alejan del silencio, forman parte inocente del paisaje de este instante, tan inocente como el sonido de las hojas de los árboles, los cantos de los pájaros o el rumor del viento.
Ellas, las personas, estaban ahí como yo, amando y apreciando tanta belleza. Y eso nos unía profundamente.
Mis pensamientos sobre la inadecuación de la presencia de las personas en ese paisaje, sí me alejan del silencio y de la tranquilidad.
Cuando empiezo a comprender que, en el paisaje presente, la Vida lo incluye todo y no hace excepción, ya que cada detalle es una expresión suya… algo por dentro se transforma.
Me había sentado bajo un pino muy grande con la esperanza de mantenerme un poco alejada del bullicio. Y, mientras me adentraba en estas reflexiones, me empecé a sentir profundamente unida a todo lo que me rodeaba, tanto a las inmensas raíces del árbol en el que me apoyaba, como a cada ser humano que me rodeaba, respirados todos por el mismo Aliento. Lágrimas de emoción empezaron a brotar de mis ojos al darme cuanta de cuánto tiempo de mi vida ha discurrido en ese sentimiento de separación, que se generaba en mí cuando seguía los presupuestos de una mente tan cerrada en sus ideas de cómo han de ser las cosas. No hay nada, en el instante presente, que esté fuera de lugar. Creerlo, es lo que genera tanto sufrimiento.
Una pareja con un niño vinieron a refugiarse en la misma sombra en la que yo me encontraba y me sorprendí al experimentar en mi corazón tanto amor y apertura como me inspiraba ese pino majestuoso que nos albergaba a todos.
Había dejado de hacer fotos, ya que mi mente consideraba que tanta gente por allí no me permitiría bonitos resultados. Y, de pronto me ví captando la belleza de ese colorido de los grupos de excursionistas que me rodeaban bajo los árboles… Una gran familia disfrutando de la naturaleza.
Claro que me seguirá gustando visitar lugares aislados y silenciosos, pero esta experiencia me ha aportado tanta belleza, paz y unidad que, ahora mismo, no la cambiaría por acercarme a ninguno de ellos.
Gracias a la Vida que siempre nos está dando lo que necesitamos para conectarnos más con su simplicidad y su amorosa realidad.