El tema básico de mi vida es el amor. Sé que estoy aquí para descubrirlo, comprenderlo y experimentarlo. Todo me conduce a adentrarme y aceptar este impulso ineludible.
Desde muy niña tuve atisbos de ello. El verdadero amor al que aspiraba se me ofrecía por entonces desde una perspectiva horizontal, restringido al mundo de las relaciones, de las personas. Quería amar y ser amada por otros seres humanos en los que volcaba mis esperanzas. Incluso cuando empecé a concebir un amor más elevado, más universal, mi mente lo enfocaba hacia los demás como destinatarios de mi energía amorosa.
Anhelaba en mis años jóvenes la unidad y la comprensión en el mundo y trataba de contribuir a ella conectando con las personas, realizando actos de amor, luchando por la justicia social, despertando buenos sentimientos en mí y en los demás.
Sin embargo, este despliegue en el mundo de la forma, fue agotándose en su impulso al no estar fundamentado en la verdadera fuente de la que el amor brota.
Me estaba pasando por alto la inmediatez de la experiencia presente a la que mis hermosos ideales no alcanzaban. Mi mente se escapaba de mi sentir buscando un mundo mejor fuera de lo que experimentaba en lo cercano. Me separaba constantemente de mi malestar, mi miedo y mi dolor proyectando en momentos venideros un mayor amor, una mayor conexión con el mundo y conmigo misma.
La pequeña identidad con la que nos confundimos se sirve del tiempo para eludir este momento, separándose así mentalmente de lo que está experimentando. Cada vez que no nos gusta o no aceptamos esto, nos alejamos mentalmente hacia aquello. Y esto es, sencillamente, la experiencia de la separación, del no-amor.
Hasta muchos años después no empecé a comprender que ese alejamiento de mi experiencia presente era precisamente lo que me separaba del amor que anhelaba. Volver a intimar con mi vida, conectar profundamente con cada detalle de mi experiencia es lo que, desde entonces, llamo AMOR VERDADERO. Es decir, dejar de separarme a través de mis pensamientos de la realidad, de la vida que estoy viviendo.
Dejar de escaparme al pasado o al futuro al comprender su absoluta inexistencia me deja en brazos de este instante en el que, al no amortiguar el impacto de lo que siento, la experiencia se despliega en su desnudez y soy invitada a fundirme con ella, desapareciendo la identidad que trata de defenderse de ella.
Ese es el regalo del momento presente. Nos deja expuestos ineludiblemente a la vida. Y al rendirnos a ella encontramos, subyaciendo a las formas que nos incomodaban, lo que buscábamos en otro tiempo imaginario. Descubrimos así el eterno sostén de la presencia que somos, el AMOR constante que es la sustancia de toda experiencia. Lo que somos, en esencia.
Esto es lo que estoy aprendiendo y lo que comparto: la no separación del instante presente, el regreso al hogar en la inmediatez de lo que experimentamos, sea cual sea su forma. Es así como encontramos nuestra integridad y nos completamos. Y desde ese núcleo amoroso, naturalmente nos extendemos y podemos abrazar todo, intimar con todo. Sin que nada sea rechazado o prevalezca, descubrimos la absoluta intimidad con toda experiencia.