“Fuera expectativas”, “ya nunca más esperaré nada de nadie”, “yo no necesito nada”, “dejo de juzgar”, “ya no trataré de controlar”…
¿Te has dicho alguna vez algo así? ¿Por qué esa guerra declarada hacia lo que nuestra pequeña mente, en su juego infantil, sostiene?
Con frecuencia, en estos caminos llamados espirituales, nos parece que tenemos que renunciar a nuestra humanidad, enfadarnos con sus manifestaciones, empeñarnos en hacer desaparecer juicios, expectativas, miedos, culpas…Y, en ese intento, podemos quedarnos vacíos, secos y agotados, pues en realidad, lo queremos conseguir desde el mismo tipo de mente que creó ese sueño.
No hay nada que hacer ahí. Seguirán surgiendo los mismos patrones, e incluso con más fuerza, al encontrarse con la resistencia a ellos en forma de firmes propósitos y renuncias.
Hay otro modo de verlo, hay otra perspectiva, que no se resiste ante nada. Y es la de la Vida. Está siempre a nuestra disposición, si queremos fundirnos con ella. La vida acepta lo inaceptable, sostiene lo que nuestra mente considera insostenible, envuelve lo que rechazamos con desdén…
Nuestras expectativas surgirán, nuestros juicios y temores no dejarán de aparecer, la mente condicionada siempre los está produciendo, pues sólo sabe hacer eso. No es nuestra tarea cambiarla. Se trata de un viejo mecanismo de defensa que ya cumplió su función…
Contemplar con amor su repetido juego es, para mí, la única respuesta real, en lugar de empeñarnos en suprimirlo para considerarnos más espirituales o conscientes.
Dejemos que surjan las expectativas, observemos sus ilusorias promesas, sintamos el subidón que provoca su llegada y el subsiguiente desencanto cuando, por un instante (más o menos largo) hemos entrado en el juego de nuevo, perdiéndonos como niños en las imágenes esperanzadas de nuestra mente infantil.
Observémoslas, indaguémoslas, aprovechemos su hermoso mensaje, invitándonos a encontrar en nuestro radiante corazón lo que ellas nos prometían como sucedáneos.
Amémoslas como la vida las ama. No desechemos nada, simplemente aprendamos a mirar las expectativas desde ese hermoso espacio transparente que no busca nada, que no espera nada y que siempre es: nuestro verdadero hogar. En él encontraremos lo que ellas nos proponían en sus hipnóticas sugestiones.
Viviremos estas ensoñaciones muchas veces, emergiendo de nuevo a la inocente luz del ahora, respirando en ella aliviados de retornar al entrañable hogar de lo real, este que siempre nos ha estado sustentando mientras nos entreteníamos en nuestros juegos oníricos.
No hay nada que desechar en este hermoso universo. Ni una sola partícula merece desprecio. Todas son sostenidas por la misma gran vida, ese océano inocente que, silencioso, abraza todas las formas mientras se despliegan en su seno. Todas brotan de su esencia y a él vuelven.