ACÉRCATE MÁS

Quédate más cerca

-dice la Vida-

no te separes de mi aliento,

soy este instante.

Desde hace unas semanas, en nuestro mundo, todo parece girar en torno a una situación. Se habla de ella, se piensa sobre ella, se aconseja sobre cómo sobrellevarla, se nos alienta a luchar contra ella, a vencerla, a resistirla, a solucionarla… Se sacan conclusiones, extraemos lecciones de ella, e incluso observamos cuántas cosas buenas puede dejarnos.

Rondamos en torno a esta situación que se ha convertido en el tema recurrente que ocupa nuestra mente haciéndola girar de mil maneras. Las imágenes que manejamos, ya sean dolorosas o felices, coinciden en algo: no están sucediendo en este instante. Para pensarlas, tenemos que abandonar nuestra vida, esta que ahora mismo late, respira, siente, duele, teme, ama, experimenta.

Tener una historia de qué ocuparnos, enfocarnos en un problema a solucionar y dedicarnos a buscar o esperar un futuro en el que se solucione para poder volver a la “normalidad”, nos separa constantemente de la vida presente. Seguimos pensándola, no viviéndola. Poco importa si se trata de un virus que afecta a gran parte de la humanidad como de cualquier otra circunstancia que llamemos adversa. Poco importa si nos lleva a imaginar un futuro dramático como si adivinamos un futuro mejorado. Nuestra realidad viva se queda abandonada una y otra vez. Y es ella la que está aquí para enseñárnoslo todo, momento a momento, si aceptamos vivirla.

No tenemos ni idea de qué pasará. Pero mientras seguimos fugándonos a pensar en ello constantemente, dejamos nuestro presente en modo espera, en un paréntesis forzoso hasta que todo vuelva a su cauce. Pero… ¿Volverá? ¿A qué cauce? ¿Y si precisamente esto que se está dando nos estuviera ofreciendo la posibilidad de salir de esos cauces de lo conocido?

¿Y si lo que estamos viviendo nos estuviera invitando precisamente a sumergirnos en la vida, soltando las historias de la mente?

No estoy proponiendo que no tengamos que ocuparnos de todo lo que es necesario a nivel práctico para evitar que el virus se propague, claro que no: es necesario actuar con energía y determinación en muchas situaciones, como está sucediendo. Hagamos todo lo que sea útil y esté en nuestra manos para colaborar, para sostener, para ayudar en cada momento en que sea necesario y según nuestras posibilidades.

Lo que trato de expresar es la necesidad que siento de volver nuestra atención a la vida presente, en lugar de seguir enfocados constantemente en un tema que nos separa de ella mentalmente, en una historia que parece unirnos para luchar contra un enemigo común, del que somos víctimas.

Subyaciendo a esta narración recurrente, la vida, una, está viviéndose a sí misma de un modo totalmente genuino en cada instante y a través de cada ser humano. Cada uno somos un aspecto de ese inagotable manantial de posibilidades que es la existencia, una estación de la consciencia conociéndose a través de sus infinitas expresiones. Desencadenada por esta circunstancia que llamamos “pandemia”, a cada uno de nosotros, en cada momento, se nos está ofreciendo una experiencia única e irrepetible. Ya sea sentados en el sofá de nuestra casa, en un caminar apresurado ofreciendo medicación en una UCI, conduciendo un camión en medio de la noche para proveer abastecimiento, cocinando para nuestra familia o trabajando ante un ordenador, momento a momento, pueden aparecer y desaparecer el miedo, el alivio, el agotamiento, la inspiración, la soledad, la conexión, la tristeza, la desesperación, la alegría, el anhelo de abrazar al mundo entero o la punzada de sentir el aislamiento… Pura vida expresándose incontenible y queriendo ser vivida.

En cada uno de nosotros pueden estar desmoronándose unas estructuras sobre las que hemos basado nuestra existencia y amaneciendo nuevas inspiraciones. Es normal que aparezcan emociones, estados de consciencia incómodos o desconocidos que piden en cada uno una nueva respuesta, una nueva mirada que quizás ahora es posible, si aceptamos esta invitación silenciosa, esta pausa sagrada.

Aquiétate, acércate más -dice la vida-.

Pero si seguimos enfocados compulsivamente en la solución del problema, en el futuro, en la espera, en que todo pase… nada pasará en lo profundo. Habremos hecho como siempre: despreciar lo inmediato como indeseable y desplazar nuestra mente a la desaparición del síntoma, a la vacuna, a poder salir, al futuro… pasándonos por alto la experiencia viva que se nos está regalando momento a momento en cascada.

Estamos asistiendo a un momentos de despertar de la consciencia del corazón sin precedentes. Nos sentimos más unidos que nunca y los impulsos amorosos brotan naturalmente. Podríamos creer que son las circunstancias las que nos unen. Yo diría más bien que lo que une es lo que ellas despiertan y están activando en nosotros: el amor y la consciencia que somos. Ahí ya estamos unidos desde siempre y las circunstancias (que son únicas para cada uno en la intimidad de su vivencia) nos permiten constatarlo más que nunca, al invitarnos a venir hacia dentro.

Aunque no esté en nuestra mano ayudar de forma física o práctica, cuando cada uno de nosotros asumimos la experiencia presente que la vida nos ofrece con el corazón abierto, sea como sea, estamos realmente uniéndonos a la vida en su totalidad.

Cuando, en la frescura de este instante, nos atrevemos a soltar todo lo que sabemos sobre el virus, las informaciones, el futuro, la necesidad de soluciones… y nos abrimos aquí y ahora a nuestro latido, a nuestro respirar, al espacio quizás contraído del pecho, al dolor que sentimos, a la incertidumbre o la soledad, a todo este mundo ignorado que necesita nuestra presencia ahora mismo, estamos uniéndonos de verdad a todos los seres, humanos y no humanos. Estamos abordando con valentía la verdadera invitación que esconde cualquier circunstancia: volver a lo real, a la vida, y descubrir el amor que somos. Estamos asumiendo con responsabilidad la parte que nos toca en esta situación de modo más inmediato: restablecer la presencia aquí dentro. Sólo desde esta integridad, podremos ser útiles y ayudar de verdad a todo lo que consideramos externo. Desde esa conexión irán surgiendo en cada momento las respuestas necesarias de modo natural e inteligente para la totalidad. Pero si nos fugamos a la mente a pensar constantemente sobre la situación, perdemos la posibilidad de descubrir la amplitud, la unidad que somos en esencia, quedándonos recluidos mentalmente en una historia en espera de que termine.

Nos sentiremos, seguramente, más unidos si lo que nos vincula no es una batalla contra un enemigo externo del que nos sentimos víctimas, sino el amor presente que ofrecemos a nuestra preciosa humanidad, tanto interna como externa: el amor que somos.

Descubrámoslo, ha llegado el momento.

Es ahora.

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