A menudo escuchamos decir, o incluso puede que nos digamos internamente: “No puedo amar esto, no puedo aceptar esta situación”.
Y desde el sistema de pensamiento que manejamos, tiene sentido. Podemos apegarnos a ella o rechazarla mental o emocionalmente, pero no podemos amar una situación porque “las situaciones” no existen, son historias que nos contamos sobre la vida, referidas a un pasado o a un futuro y en las que el personaje principal es siempre nuestro pequeño yo, haciendo, temiendo o gozando de algo.
Este personaje percibe escenarios sobre los que elabora argumentos de forma recurrente y se dedica a darles vida reforzándolos con su enfoque cotidiano, su creencia en ellos y su identificación. En estos escenarios van sucediendo cosas, apareciendo y desapareciendo fenómenos que interpreta adaptándolos a su guión, que se va enriqueciendo y cambiando aparentemente, aunque el tema fundamental siempre se mantiene. Lo que él llama “situaciones” se suceden como escenas en esa película. Algunas de ellas son terroríficas, tal y como las ha concebido la mente del guionista, el cual puede proponerse incluso rizar el rizo y, si su papel ronda los temas espirituales, proponerse “amarlas o aceptarlas” La locura está servida y el sufrimiento resultante también.
No, no podemos amar las situaciones porque son sólo historias mentales con las que la pequeña mente interpreta la realidad. “Estoy en la miseria”, “me han abandonado”, “estoy teniendo éxito”, “estoy luchando por mi relación”, “mi familia no me acepta”, “mis amigos me apoyan”, “mi equipo de trabajo es aburrido”,”mi pareja es todo para mí”, “ellos me necesitan”, “mi momento es desesperanzador”…
Estas formas de describir nuestra vida son sólo comentarios o juicios, no aluden a nada real. Cuando nos adherimos a ellos, abandonamos nuestro contacto con lo que es aquí-ahora y nuestras experiencias quedan colapsadas al ser privadas de nuestra implicación, al habernos fugado al mundo virtual de la pequeña mente. Entonces surge el estancamiento, el aburrimiento, el “siempre igual”… Pero lo que no cambia no es la vida, sino las películas mentales que generamos en torno a ella y desde las que percibimos siempre experiencias parecidas.
Sólo existe este instante y, si somos honestos, ninguno de estos comentarios que manejamos es aplicable a la experiencia inefable que estamos viviendo aquí. Son sólo interpretaciones extraídas al asociar mentalmente unos momentos con otros, al generar una historia en el tiempo basada en un personaje que percibe la vida desde su óptica particular, extraída de un pasado que también interpreta.
Cuando, identificados con el pequeño yo, nos proponemos aceptar una situación enunciada de este modo en nuestra mente, nos estamos imponiendo algo muy violento, si se trata de algo doloroso. Nos estamos condenando a la resignación, y ello nos separa aún más de la vitalidad del ahora. O, si se trata de algo que satisface al personaje, nos estamos confundiendo con su enunciado y apegándonos a algo que no nos define en absoluto y que, en cualquier momento puede cambiar.
Lo único aceptado o amado es este instante, y ello no requiere de ningún esfuerzo, pues ya está aquí, está vivo, es la existencia misma expresándose. Puedo, desde la consciencia abierta que soy, contemplar la historia que está siendo generada por mi mente y observarla atentamente como tal. Incluso amar a ese tipo de mente cuentista que se entretiene en hacer guiones imposibles y abrazar las emociones y sensaciones que surgen en mi experiencia al creerla.
La aceptación o el amor van más allá de lo que un personaje puede hacer o no hacer. Amar lo que es ahora es lo más natural del mundo. Es lo que está sucediendo de un modo extraordinariamente apacible, momento tras momento. La vida que somos no se pelea consigo misma, es amor que incluye todas sus manifestaciones como partes de sí.
De modo práctico, acercarnos a esa perspectiva puede ser tan simple y evidente como preguntarnos: ¿Qué es este momento sin ninguna historia sobre él? ¿Qué hay aquí realmente sin definirlo como una situación, sin pasado, sin futuro, sin juicios ni opiniones, sin buscar o temer nada? En definitiva, ¿Qué es este instante sin mi pequeño yo y sus argumentos tratando de apropiárselo?
Si somos honestos, lo que encontramos es pura vida, simple existencia vibrante expresándose a sí misma. Y, al soltar la historia que definía esto como una situación, nos encontramos ineludiblemente fundidos con lo que es, de lo que nunca nos hemos separado. Unidos a ella, ahora sí, vivimos el constante dinamismo en ella, pues eso es la vida, incesante creación y renovación, a la que nos negamos cuando nos separamos mentalmente de su fluir.
Desde ahí, eso que era definido a veces como situación a resolver se revela naturalmente como instante vivo a experimentar. Y la experiencia es completa, íntegra, está siendo vivida desde la totalidad que soy. Pura intensidad, puro amor. Presencia.