Es curioso observar cómo la mente condicionada que solemos usar tergiversa la realidad fabricándosela a su manera. Cuando se habla de aceptar, por ejemplo, ella, que se maneja únicamente con objetos, los juzga según sus reducidos criterios y se pronuncia categóricamente, considerando que hay cosas que son aceptables y otras que no lo son.
No se le puede pedir más, en realidad, ese es su funcionamiento básico. Su enfoque se basa en la percepción de un mundo de fenómenos aislados unos de otros y, sobre todo, escindidos de la totalidad que los alberga, de la luz en la que surgen y de la que forman parte indisoluble. Privada de esta dimensión profunda, el océano, este tipo de mente se queda enganchada en la forma que toman las olas como sucesos independientes o aleatorios, que considera potencialmente dañinos o benévolos, de los que tiene que protegerse o a los que trata de apegarse. Ella misma, esa mente, se cree uno de esos fenómenos aislados… ¿cómo podríamos esperar que aceptara lo que juzga y considera diferente de sí misma? ¡Imposible!
Desde la perspectiva del océano, sin embargo, todo es muy diferente. Las olas que se contemplan no tienen ningún significado consistente separadas de la amplitud oceánica en la que surgen, son sólo expresiones momentáneas de la totalidad. Sin apego ni rechazo, sin esperar nada de ellas, ¿qué valor podrían tener? ¿cuál sería la dificultad para admitirlas?¿quién tendría que aceptarlas?
La aceptación es lo que la vida hace constantemente, permitir, conocer, incluir, abrazar…Y somos esa vida espaciosa y apasionadamente abierta.
La dimensión del espacio es la que sitúa todo en su auténtica perspectiva. Todo lo que surgen son expresiones vivas de una única fuente. A veces su apariencia puede resultar caótica, a veces, apacible… Pero esto son sólo significados que la pequeña mente les otorga ante su total incapacidad para comprender lo que está fuera de sus posibilidades.
Sólo desde la consciencia del corazón podemos acceder a una verdadera comprensión. El corazón nos abre a la amplitud y nos permite disfrutar de esa apertura, enamorarnos de ella. Desde esa consciencia abierta, podemos sentir que somos la luz en la que todo se mueve, como un océano vivo en el que bailan las corrientes que van y vienen, saturadas todas de la misma sustancia. Sin necesidad de entenderlas, son amadas instantáneamente, forman parte de sí mismo.
Ningún trabajo para la mente. Aceptar no es un esfuerzo, no hay “cosas” que aceptar. Hay vida infinita, tomando formas constantemente, apareciendo y desapareciendo en la luz que somos. Enamorarnos de esa luz, serla, es la esencia de la verdadera aceptación.