¿Cómo abordar el sufrimiento que nos despiertan los acontecimientos dolorosos de nuestro mundo, esos que nos conmueven profundamente?
Para el pequeño yo, centrado en la mente, cuya actividad se basa en la percepción limitada del mundo exterior, nada es comprensible. En base a lo que sus sentidos captan, interpreta según su condicionamiento todo lo que ocurre y le resulta imposible ver la totalidad desde su pequeña perspectiva. El sufrimiento que experimenta desde su estrecha percepción, es desbordante.
No podemos saltarnos nuestro sentir, a veces afectado intensamente al ser atravesados por tormentas de temor, impotencia o profundo dolor. Al contrario, necesitamos acercarnos amorosamente a él dejando que la calidez de la consciencia lo envuelva en sus brazos. Así volvemos al hogar, una y otra vez.
El propio sufrimiento ante lo que acontece, tiene el don de devolvernos a la vida profunda que somos, de unirnos poderosamente con nuestra esencia si no lo rechazamos.
Tanto si se trata de aconteceres cercanos y familiares, como de sucesos que nos conmocionan a nivel global, con frecuencia no está en nuestras manos ni nos corresponde tomar una acción externa, pero tenemos acceso a lo más inmediato en nuestra experiencia: nuestro sentir ante ello. Y al dejar que nuestra consciencia lo abrace, participamos intensamente de la manera que realmente nos corresponde. Nada humano nos es ajeno. Somos un solo ser, y entrar profundamente en el sentir que nos atañe es nuestra más imperiosa responsabilidad en el juego del todo. Aunque externamente pueda parecer una actitud pasiva, desde la perspectiva de lo profundo, estamos liberando y procesando para la totalidad mucha energía que, de quedarse bloqueada por querer involucrarnos rápidamente en acciones correctivas, aumentaría el peso para todos.
Una vez acogido el sufrimiento, desde la consciencia, pueden surgir acciones espontáneas de colaboración con toda naturalidad y mayor lucidez que contribuyan también a paliar los efectos en la parte externa de lo que acontece. Pero no brotarán de la reacción automática, del inconsciente pataleo, del temor a sentir y a aceptar nuestra responsabilidad en todo lo que sucede en nuestra vida.
Desde la visión más profunda que surge del corazón, lo que ocurre externamente, en primer lugar, no ejerce sobre nosotros una atracción tan magnética. Nuestro foco está en lo interno, en el espacio amplio y estable de nuestro ser, desde el cual, las formas de lo que va y viene no son tan llamativas, aunque podemos contemplarlas con total lucidez y sentirnos conmovidos. Sabemos que las cosas que suceden son sólo eso, expresiones cambiantes de un mundo inconsistente que se agita en su sueño, creando pesadillas que parecen muy reales cuando nos hemos identificado con ellas. Y aunque a veces nos sentimos tentados a ceder a esa atracción poderosa de lo que nos impacta, podemos siempre volver a nuestro hogar y contemplar de nuevo, desde la quietud, lo que nos perturba.
Muchas veces en nuestra vida se reproduce este vaivén: confundirnos con las imágenes del sueño y erigirnos en personajes del mismo, tratando de cambiarlo, de arreglarlo, de moralizarlo… Muchas veces también nos damos cuenta de ese sufrimiento innecesario y volvemos a situarnos en la claridad de nuestro centro.
Y esto es aplicable, no sólo a los fenómenos de alcance mundial, a esa noticias que nos impactan cada día, sino sobre todo, a las turbulencias que experimentamos en nuestra vida personal, en nuestras relaciones, en nuestras emociones, en nuestro propio cuerpo.
Según donde hayamos establecido nuestra morada, las cosas de nuestro mundo tienen una influencia sobre nuestras vidas muy diferente. La percepción que tenemos de ellas cambia enormemente si descansamos en el corazón de lo que somos. Desde aquí, todo lo que va y viene, por muy amenazador que parezca, se comprende finalmente como el juego de las formas, las escenas de una película cuyo trasfondo es siempre la pantalla inmensa e inocente que somos en esencia.
¿Cuál es entonces nuestra prioridad, nuestra imperiosa necesidad? Establecernos en esa nueva perspectiva: el corazón, el ser profundo que somos. Usar cada acontecimiento para acercarnos y fundirnos con él.