POR ENCIMA DE TODO

Podríamos creer que, por el hecho de meditar, seguir ciertas prácticas de consciencia, llevar una dieta supersana, profesar ciertas ideas espirituales, frecuentar determinados ambientes, relacionarnos con determinado tipo de personas, leer tales o cuales libros, ver hasta el hartazgo los mejores vídeos o haber realizado los cursos más avanzados siguiendo las enseñanzas de tales o cuales maestros… la paz que anhelamos está asegurada.

Nos parece imposible que después de haber “hecho” tantas cosas podamos seguir abriendo los ojos por la mañana, quizás sin haberlos cerrado del todo durante la noche, y notar que nuestra mente se apresura a engancharse en tales o cuales asuntos que resolver durante el día. Nos sorprende levantarnos agotados o temiendo la abrumadora jornada que nos espera y nos decepciona ver que seguimos mirando con desconfianza a nuestra pareja o temiendo las reacciones de nuestros amigos.

Podemos entenderlo fácilmente si miramos con honestidad donde no solemos mirar.

¿Para qué hacemos todo eso, para qué intentamos tantas cosas y desplegamos tanta búsqueda? “Para estar en paz”, diríamos quizás.

Pero… esa paz que decimos querer… ¿es lo único que queremos? ¿la queremos por encima de todas las cosas? ¿o la queremos como aderezo de lo que aún nos parece prioritario: nuestra realización profesional, la aceptación de los demás, la seguridad económica, la comodidad de lo conocido, el éxito de nuestros logros, la compañía de nuestras relaciones…?

Si realmente esto sigue estando en la base de nuestros movimientos, la paz es literalmente imposible. Por una simple razón: no es lo que realmente deseamos. Lo que queremos en un alivio de la tensión producida por el esfuerzo, un descanso del agotamiento generado por tanta lucha, un bálsamo para las heridas que deja el sacrificar nuestra preciosa vida para ir en pos de objetivos que nos parecen más importantes que ella.

Lo hermoso de este viaje es que la vida es pura coherencia. Si buscas paz, la tienes al instante. Pero si no la deseas de verdad, al anteponer “otros dioses” a ella, lo que encuentras es más confusión todavía: autoengañarnos genera aún más contradicción en nuestra interioridad.

Si simplemente aceptáramos que lo que todavía deseamos no es la verdadera paz, todo sería mucho más sencillo. Desear el éxito, la aprobación, la seguridad, el poder, sentirnos especiales… no es “malo”. Son preciosos momentos del camino, cargados de aprendizaje y de comprensión si los vivimos hasta el fondo sin superponerles otros ideales que aún no anhelamos de verdad.

La vida lo permite, tienen su sentido, pues al vivirlos en coherencia extraemos profunda sabiduría y desarrollamos recursos que podrán ser usados al servicio de lo que amamos de verdad, la libertad y la paz de nuestro ser. Ellas siempre están ahí, esperándonos y aceptando que las confundamos por momentos con sucedáneos de la superficie.

El autoengaño también es permitido y forma parte de nuestro despertar. No hay ni un solo milímetro de nuestra experiencia humana que sea desechable. Todo está ahí apuntando a lo que amamos de verdad y nos ama profundamente.

Pero está bien, cuando nos sentimos abrumados, detenernos y comprender el daño que nos hacemos con la falta de honestidad, sometiéndonos a una presión innecesaria.

Cuando deseamos la paz por encima de todas las cosas, ella es lo primero que aparece en nuestra consciencia al despertar, durante el sueño y más allá. Si la amamos por encima de todos los tesoros de la tierra, nos encontramos con ella sin cesar. Cuando nos enamoramos de esa dulce presencia no tenemos dificultad para dejar de lado todo lo que hemos superpuesto a su radical simplicidad. La verdadera paz es lo que somos, es nuestra vida y de la comunión con ella brota todo lo demás. Naturalmente, dejamos de invertir en tantos frentes y dedicamos nuestra energía a cultivar y saborear ese entrañable Hogar. Sabemos con total certeza, que por añadidura vendrá todo lo demás.

Pero cuando, desde nuestra confusión con un yo separado, absorbemos ciertas ideas sobre lo que es la paz y tratamos de usarlas al servicio de lo que aún privilegiamos en el mundo de forma (imagen, estatus, consuelo, seguridad, poder) el desastre está servido. Podemos meditar, hacer yoga o incluso indagar, viajar a la India y realizar todo tipo de prácticas… Y encontraremos momentos de tranquilidad, fugaces instantes de alivio, pero nada más.

Miremos lo ilusorio desde la verdad. Traer la verdad al servicio de las ilusiones nos aleja aún más de la paz.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *