LA COMIDA Y EL ESPACIO

El espacio es una gran clave en nuestra vida. Huimos con frecuencia de él llenando nuestra cotidianeidad de cosas, personas, experiencias, pensamientos… y, sin embargo, comprenderlo y vivirlo es nuestra mayor necesidad para reconocer nuestra realidad esencial.

Permitirnos el espacio en nuestra vida engendra, a veces, temor. Nos parece que, sin objetos y ocupaciones a las que agarrarnos, no sabremos estar en paz y surgirá la angustia: nada que hacer, nada con lo que entretener a la mente, nada que llevarnos a la boca como distracción.

Desde la perspectiva del pequeño yo, enfocada en los objetos, esa posibilidad se percibe como una amenaza. Su vida, centrada en las cosas, no tiene sentido cuando no puede jugar con ellas. Se siente perdido, en el aire. Aparecen sensaciones que identifica “como de vacío” y, si no encuentra nada material con lo que distraerse, se dedica a pensar compulsivamente para evitarlas. Con ello, la pequeña mente se mantiene ocupada, aunque sea sufriendo, pero el vacío emocional sentido en su cuerpo se hace más intenso, ya que toda su energía es invertida en procesos mentales disfuncionales. Busca entonces llenarse torpemente con cualquier cosa, con cualquier sorbo o bocado, sin querer saber que nada material puede hacerlo.

Este vacío, este ancestral vacío que nos aterra sentir, no necesita ser tapado con comida ni con sustancias. Y tampoco sirve rehuirlo. Es simplemente espacio del que podemos ser conscientes en nuestra intimidad. Cuando nos unimos a él, aceptando las sensaciones de temor y vulnerabilidad, se disuelve. Dejamos de vivirlo como algo indeseable o amenazador. Sólo era necesaria nuestra presencia, cercanía y amor.

Sé lo difícil que esto puede parecerle a nuestra mente empeñada en llenar huecos, incapaz de soportar el silencio o la nada. Sin embargo, también sé que es la única alternativa real al sufrimiento que nos causamos tratando de evitar o de tapar un espacio que sólo necesita ser reconocido y aceptado. También precisa ser comprendido tomando consciencia de los pensamientos que lo generan y en los que invertimos nuestra energía.

En nuestra vida cotidiana hay muchos momentos de espera, de incertidumbre o indeterminación en los que aparecen sensaciones de ansiedad, confusión, cansancio, soledad y aburrimiento. En ellas, el impulso de tomar algo suele ser casi automático. Nos hemos habituado a tener algo que beber, chupar o morder, como si necesitáramos mantener nuestra boca ocupada, ya sea con cosas que ingerimos o con palabras que hablamos.

La sensación de espacio vacío en nuestro cuerpo, cuando no está ocupado en digerir, se ha hecho extraña. Siempre hay algo que tomar. Nos parece normal que nuestros encuentros o conversaciones estén vinculados al comer, beber o consumir cualquier cosa. ¿Por qué?

De modo irracional, esas sensaciones asociadas al vacío nos parecen amenazadoras, las calificamos como indeseables, y tendemos a relacionarlas inconscientemente con carencia, abandono, soledad o aislamiento.

Nadie nos dijo que podíamos investigar qué hay detrás de esos temores tan antiguos. ¿Nos atrevemos? Se nos antoja como un salto al vacío. Pero en realidad es un encuentro con nuestra intimidad que nos reconcilia con ella.

Esta es mi vía, la fuente de los mayores descubrimientos en mi vida: ir más allá de lo que mi pequeña mente trata de hacerme creer. No lucho contra ella, simplemente me detengo y decido mirar desde una perspectiva más amplia, la del amor hacia mi propia vida, cansada de ser velada con las falsas necesidades que sólo ocultan el miedo a sentir.

Podemos ofrecernos la posibilidad de experimentar eso, descansar dejando surgir la urgencia de buscar un paliativo, observando la inquietud en nuestro cuerpo y en nuestra mente. Aprender a permitir que se muevan como oleadas de energía nos abre a una nueva perspectiva.

Texto extraído del libro “Del hacer al ser”.

Capítulo 8: “Nutridos por la vida”

Os dejo también un vídeo relacionado con este tema: “Nutrición y emociones”.

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