Cada vez me parece más loca esa búsqueda compulsiva de abundancia que se ha extendido y a la que nuestro mundo vive dedicado. Una abundancia reducida a la posesión o disfrute de cosas, de situaciones, de relaciones… es, por definición, limitada. El mundo en el que la buscamos carece de consistencia y no existe en él la más mínima garantía de estabilidad, por lo que cualquier consecución estará amenazada por el temor a su pérdida y la necesaria vigilancia para salvaguardarla.
El ser humano que busca esa abundancia en el mundo de las formas se ha confundido a sí mismo con una forma necesitada de otras que alivien su precaria sensación de carencia.
Su búsqueda es, sin embargo, el torpe reflejo de algo que conoce profundamente: la totalidad, su entrañable hogar, su fuente ilimitada e inagotable de la que nunca se ha separado.
En su sueño de carencia y limitación, centrado en los objetos, se ha negado a sí mismo esa abundante nutrición y, desde su pequeña mente, reduce las posibilidades de sentirse pleno a ciertas experiencias o consecuciones. Privilegia unas sobre otras y se lanza a perseguirlas en el futuro, agotándose y percibiéndose cada vez más carente. Se conforma con muy poco, confundido con la pequeñez. Se ha olvidado de que la abundancia no ha podido abandonarlo, pues es su origen, su esencia ineludible y se encuentra justo aquí. Ni un solo paso, ni un segundo le separan de ella. Este instante está empapado de vida abundante. Cada momento le está ofreciendo la posibilidad de descubrirla.
Cuando aceptamos soltar esa atención tan enfocada en el mundo de las cosas y nos permitimos descansar en el silencio de, simplemente ser, descubrimos el espacio vivo en el que los objetos se mueven. Si aceptamos la llamada a familiarizarnos con él, a no invertir en más promesas de compleción futura, quizás amanezca en nuestro corazón la realidad que quedó velada, la totalidad que nunca dejamos de ser.
Aunque aparezca como “nada”, lo permea todo y es la sustancia íntima de todo acontecer. Nos invita a ser ella, a reconocemos como presencia viva que todo lo abraza. Todo es contemplado ahora desde una nueva perspectiva. Cada encuentro, cada experiencia, se nos revela saturada de ese mismo ser. Todo es su expresión. Nada queda fuera. El banquete está servido y es inagotable.
¿Aceptas sumergirte en esta nutrición ilimitada? ¿Aceptas ser la abundancia que mereces y que nunca te dejó? Sólo necesitas soltar algo: tu identificación con la pequeñez.
Fotografía de Fran Carmona