¿Cómo puede ser tan difícil?
Si la verdad es una, es simple y es real, ¿cómo es que pasamos tantos años intentando encontrarla, queriendo reconocer nuestra naturaleza esencial, una con la vida? ¿Por qué tanto esfuerzo, complicación y retardo?
La razón es muy simple: NO queremos.
Si realmente así lo deseáramos con todo el corazón, ya viviríamos en esa consciencia expandida. Sin embargo, aunque seguimos engañándonos pensando que sí es nuestra prioridad, no lo es. Andamos a caballo entre dos señores: el reconocimiento del mundo y el reconocimiento del SER que somos; la abundancia aparente que da el mundo y la verdadera abundancia que es nuestra esencia; la aceptación que supuestamente nos dan otros y la aceptación de nuestra profunda unión con la vida.
Nuestra realización serena y simple de la verdad que somos se ve imposibilitada porque sigue estando vigente la búsqueda de sus atributos en el mundo, en forma de sucedáneos (fama, posesiones, aceptación, poder…) que nos aportan una aparente seguridad. Y los deseamos, no estamos dispuestos a dejar de intentar conseguirlos. Y ese intento, en el que nos identificamos como buscadores de lo que nunca llega, es el que absorbe las energías preciosas que podrían nutrir a nuestro Ser.
Reconocer esto con humildad y darnos permiso para que así sea el tiempo que necesitemos todavía, es mucho más liberador que seguir creyéndonos que queremos la libertad pero que no llega porque es muy difícil. No, no es verdad. No hay nada más fácil, más simple, más real que la verdad, pues es nuestra esencia. Lo que es complicado es pretender que está lejos y buscarla donde no se encuentra sin reconocer que, en realidad no la queremos. Necesitamos admitir que aún nos compensan las pequeñas migajas de satisfacción que obtenemos del mundo de la forma tras nuestros esfuerzos. Esas compensaciones nos hacen creer valiosos por haberlas conseguido dándonos la sensación de ser los controladores del proceso.
No lo somos. No controlamos nada. Ni siquiera habría proceso que seguir si no quisiéramos creerlo y nos entregáramos con la confianza de un niño a la simple llamada de la vida a SER lo que somos en este instante.
Seamos honestos, admitamos nuestra negativa oculta a la libertad. Démonos permiso para sostenerla mientras está aquí. Desde esa comprensión, se abren nuestros poros, cerrados por la creencia de que hay algo ahí fuera oponiéndose a nuestra voluntad. Y, por esa apertura, en cualquier momento, la verdad puede permearnos y disolver nuestra resistencia a ser como la vida nos creó: inmensos y libres.