Nuestras relaciones, cuando surgen del pequeño yo, ineludiblemente están cargadas de expectativas. Por naturaleza, el personaje disminuido con el que nos hemos identificado, se siente carente y necesita llenar su sensación de no estar completo en una relación que parece prometerle la plenitud. Buscamos que el otro nos dé lo que no hemos aprendido a darnos:
Yo no me doy atención pero, por favor, dámela tú.
Yo no me valoro, pero tú sabes ver lo mejor de mí: ¡Valórame!
Yo no tengo tiempo para mí, pero espero que tú me dediques el tuyo…
Y podríamos seguir con una larga retahíla de esperanzas que proyectamos en los demás. Visto así, ¿no te parece una falta de respeto y una actitud violenta disimulada esperar que alguien te ofrezca lo que tú no estás decidido a darte?
Sin embargo, hemos sido educados así, en la irresponsabilidad absoluta. Hemos aprendido a dejar en manos de otros nuestra vida. Y, lo que es peor, cuando ellos no pueden o no saben llenar nuestros huecos, nos sentimos dañados y aducimos en seguida: “me has decepcionado” “me has defraudado”, “me has engañado”…
¿No sería bueno darnos cuenta de que, en realidad, son nuestras expectativas ilusorias sobre el mundo las que han generado esos estados de frustración y desencanto? Asumir la responsabilidad de nuestros sentimientos es la clave fundamental que nos devuelve a la realidad.
Ahí comienza la vuelta de un penoso viaje de búsqueda que nos aleja de nuestro hogar. Ese viaje que se inició al generar esperanzas de compleción en otros es costoso. Se trata de un desvío mental y emocional enorme, cargado de, estrategias, anticipaciones, temores, recuerdos del pasado… que nos agota al darles todo el poder a las personas que, como nosotros, están buscando su propia plenitud. Este movimiento nos debilita y nos vacía. Pero no nos damos cuenta.
Y sucede que, por mucho que alguien intente darnos lo que esperamos, no sabremos recibirlo si antes no hemos aprendido a dárnoslo a nosotros mismos. O a descubrir, simplemente, que ya es nuestro, que la vida nos está dando de forma natural eso que creemos que otro ser humano nos podría aportar: seguridad, sustento, conexión, inspiración, tiempo, espacio, dones…
En mi experiencia, sólo cuando nuestra vida está anclada en un profundo amor por lo que somos, tenemos la capacidad de valorar y apreciar lo que otros nos ofrecen.
Aprender a llenarnos de nuestra propia presencia es lo más sencillo y en ello reside el verdadero poder. No requiere hacer nada. Quedarnos y contemplar nuestra vida abrazando todo lo que aparece en ella es simple y nos descubre la plenitud que somos, la que nunca hemos perdido.
Fragmento del libro “DEL HACER AL SER”
Capítulo 7: “Tus relaciones, la vía directa hacia ti”.
Puedes descargarte gratis un fragmento del libro aquí.