ECONOMÍA SAGRADA

La búsqueda casi obsesiva de abundancia, la preocupación por la economía en el mundo de las formas, quizás pueda revelarnos algo mucho más simple y esencial si miramos profundamente.

¿Y si la cuestión no radicara tanto en lo que conseguimos poseer o alcanzar sino en el uso que hacemos de nuestras preciosas energías?

Nacemos de un flujo de Vida apasionado e inagotable; somos esa Vida que se expande en abundancia y todo lo nutre. Vivimos, nos movemos y existimos en su seno. Nada nos falta

cuando descansamos en el presente, en esa consciencia de lo que somos. Al olvidarla, nos cerramos a ese flujo y, sintiéndonos empobrecidos, buscamos por doquier en el mundo de las formas (objetos, situaciones, relaciones, emociones, pensamientos…) recuerdos de esa plenitud. Creyendo ciegamente que ahí puede encontrarse el tesoro perdido, depositamos en esos objetos o situaciones una gran esperanza: recuperar el paraíso olvidado.

Esa es la razón oculta por la que invertimos tanto en ellos. Subyaciendo a toda esa dedicación por conseguir y sostener lo que buscamos o evitar perderlo, sólo hay una expectativa: “eso puede darme algo que no tengo”, o un temor: “eso puede arrebatarme lo que quiero”.

La inversión es muy costosa. Requiere una dedicación constante y esforzada, implicándonos mental, emocional y físicamente en girar en torno a esas consecuciones. La atención se queda encerrada en pensamientos, emociones y actos que absorben nuestra energía vital en círculos viciosos y la ahogan en sus estrechos límites. Resultado: ¡agotamiento! ¿Cómo no íbamos a estar cansados? Y, aún más, al darnos cuenta de que no podemos asegurar ni controlar la permanencia de las migajas que obtenemos. Porque nuestros pequeños logros son eso, migajas, en comparación con el banquete inagotable de Vida que nos vive y que olvidamos.

Imaginemos ahora que, agotados, dejamos de creer en la realidad independiente de las cosas y de esperar algo de ellas. Todo ese despliegue de energía y de atención, ese alimento que les damos vuelve a descansar en su Fuente. Al retirarles credibilidad, al no identificarnos con el yo hambriento que creía necesitarlas, dejamos de invertir en ellas. En brazos de la Vida, nutridos por su energía poderosa que ya no es dilapidada en inversiones fraudulentas, nos encontramos en el Hogar. Y es un Hogar de lujo, rebosante de vida, de potencialidad, de energía libre para crear, para amar y disfrutar con fascinación de todas las cosas sin esperar nada de ellas.

Nos sentimos abundantes como nunca. Hemos dejado de usar nuestro extraordinario caudal en empresas ficticias y engañosas. Descubrimos que, sin este desgaste, siempre hemos vivido en la abundancia más desbordante: la luz radiante que somos, potente e inagotable.

Esto que expreso, aunque pudiera parecer abstracto, es en realidad, muy práctico para mí. En cualquier momento del día, puedo preguntarme: ¿En qué estoy invirtiendo? Si no estoy experimentando paz, sin duda estoy aventurándome en la búsqueda de algo que parece prometerme felicidad, abundancia, compleción… El cansancio, la agitación, la ansiedad son los mensajeros que me advierten de haberme confundido con un pequeño yo buscador que, al sentirse desnutrido, busca su ración de algún modo.

La misma pregunta ya me trae al Hogar, a ese espacio de claridad en el que veo y soy naturalmente invitada a no seguir invirtiendo en un mundo que nunca saciará mi sed.

Economía sagrada, sencilla y aplicable:

¿En qué estoy invirtiendo en este instante?

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