¡BRILLA!

¿Experimentas a veces un enorme anhelo de libertad, de salir de una sensación de encierro o limitación que te contrae por dentro? A veces creemos que son las situaciones, las personas, las emociones, los pensamientos, las sensaciones que sentimos lo que nos limita y proyectamos en su desaparición o cambio la liberación que anhelamos.

Si lo miramos bien, no son esas cosas, sin embargo, la verdadera causa de esa contracción. Quedarnos atrapados en ellas, dándoles un valor y un significado que no tienen, sí. En torno a ese mundo hecho de “cosas” se construyó una imagen de pequeñez y “no valía” muy doloroso: las reacciones de los demás, los resultados de nuestras acciones, las sensaciones que sentíamos, los juicios que íbamos elaborando… Todo se convirtió en un problema que arreglar, en una tarea a consumar hasta conseguir que funcionara y nos devolviera una imagen mejorada, más valiosa y digna de un amor que parecía provenir del mundo de las cosas. Quedarnos enfocados en ellas, en arreglarlas o mejorarlas, como si de ello dependiera nuestra felicidad, es precisamente lo que nos ahoga y nos contrae, no las cosas en sí.

No es extraño sentir ahogo y depresión cuando olvidamos la inmensidad de la consciencia que somos y nos encerramos en un mundo de objetos tan reducido, tan restrictivo. No es extraño el dolor que experimentamos al considerarnos a nosotros mismos uno de esos objetos limitados, carentes y aislados.

El CORAZÓN de la consciencia no conoce la limitación. Como la luz del sol, atraviesa todas las barreras. Cuando se ve detenida en algo tan ínfimo llamado “problema” y obligada a girar en un reducto tan estrecho, sufrimos profundamente, sobre todo al considerar que nuestra felicidad depende de su resolución. No lo soportamos. Anhelamos la expansión, la amplitud que somos no puede respirar ahí dentro.

Respiremos, amigos. Dejemos que este mismo aliento que inunda ahora nuestro pecho nos recuerde al exhalarse nuestra naturaleza ilimitada, transparente, luminosa y absolutamente libre.

Unámonos a él, dejándonos empapar de esa vida ilimitada que somos y extendámonos con ella al espirar, irradiándonos desde dentro. Ofrezcamos desde el corazón la luz que somos a cada sensación, a toda emoción, a cualquier pensamiento, sonido, suceso o situación. En vez de girar en torno a ellos, iluminémoslos. Olvidemos los límites de nuestro cuerpo y salgamos a brillar más allá de él, inundando el universo. Recordemos nuestra profunda vocación de estrellas, amigos y brillemos, brillemos, brillemos… En cada instante, recordemos que somos la luz que acaricia el mundo. Nada puede contenernos.

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